Opinión

Ochomiles

Una vez tuve un novio alpinista. Casi casi fue mi primer novio y era un montañero de categoría, tanto es así que ahora, pasados más de treinta y tantos años, sigue estando en una forma física envidiable y, de hecho, se dedica a meterse en follones para salvar a gente que lo necesita. El caso es que aquel casi primer novio que era alpinista abrió una vía helada con mi nombre en el Mulhacén, que es un detalle para recordar toda una vida. Ahí aprendí a amar y respetar el alpinismo y, aunque hay cosas que no comprendo ni entiendo del todo (ese afán de vencer a una dificultad por encima incluso de los riesgos de dejar a tu familia sin ti), conseguí admirar el tesón y la fortaleza que requiere y el espíritu de compañerismo, al menos en teoría, que también resulta imprescindible.

Acaban de atizarle el Princesa de Asturias a dos leyendas, Messner y Wielicki, que no tienen parangón entre los números uno y dos del mundo de cualquier disciplina deportiva. No sólo es que vencieron situaciones y condiciones extremas con equipos que no eran los mejores en su momento, no sólo lo consiguieron sin oxígeno artificial (el primero) y en pleno invierno (el segundo), sino que han logrado casi lo más difícil: irse y volver. Enhorabuena al alpinismo que hoy puede celebrar en vez de abrir informativos por un entierro.