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Opinión

Joy Eslava: se apaga la noche de Madrid

Pedro Trapote parece dispuesto a vender el tan emblemático local. Dio pie a ser exaltado en la castiza «Gran Vía» con el estribillo de «te espero en Eslava tomando café, tomando café», en los 60. Luis Escobar, marqués de las Marismas –título que nunca usó teniendo suficiente con su caudal escénico–, creó «Te espero en Eslava», un musical digno de Broadway que situó en la cima a mi añorada Nati Mistral. Allí cantó como nadie los poemas musicados de García Lorca, que, siendo los años 50, no estaban prohibidos, como ha explotado el antifranquismo. Nati llegó a grabarlos en «Vergara», ya me dirán. Se montó competencia a ver si Gabriela Ortega los recitaba mejor, gitana a fin de cuentas. Escobar, que era un exquisito, facilitó el súbito éxito de Concha Velasco, entonces corista de Celia Gámez. Nati lo dejó por sus compromisos en Hispanoamérica y Alemania, donde actuaba varios meses al punto de que llegó a parlotearlo. Veían en ella, además de raza, una fisonomía como de cartel andaluz, ella tan madrileña: «Eso me perjudicó además de favorecerme, no vayas a creer, llegaron a confundirme con Lola Flores. Me encontraban muy “morena de la copla”, al estilo de entonces», me dijo.

Me aseguran que Trapote vende Joy para que lo transformen en multitiendas. Era faro en la maltrecha noche capitalina, que ha ido perdiendo locales tan singulares como Saratoga, el Circo Price o Florida Park. Prolongaban la noche sin alevosía y suponían desahogo para los calores, todos ocupando terrazas como las que ya volaron de la antes bulliciosa Gran Vía. Una absurda orden municipal las jubiló. Habrá que montar alegórica despedida al Joy, que lo mismo servía para desfiles de moda –siempre montados con el buen gusto de Ramiro Jofre– como para cobijar un tonteo de Richard Gere con la entonces muy admirada Beatriz de Orleans. Juguetearon en su oscuro primer piso, dando rumor a un romance que solo fue montaje. Únicas eran sus convocatorias en las que convertían la platea en un comedor con lo mejorcito de Madrid. Año tras año, la clientela se fue abaratando y «los modernos» tomaron aquello con conciertos estruendosos de rock o pop. Fue el principio del fin de un venerable escenario en el que cualquier tiempo pasado fue mejor. Además, resultó definitiva la marcha de Juan del Campo hace cuatro años. Trapote le dejaba hacer y transformó el local en una mezcolanza muy efectiva. Deja el muy recuperado Pachá a su hijo veinteañero, nacido de sus años con la exótica venezolana Gisela Betancourt, su tercera esposa,con la que rompió porque era un saco sin fondo. Gastaba sin tregua sabiendo que podía hacerlo. Trapote ha sido muy generoso con sus cinco relaciones estables. Ahora dura con Begoña García Vaquero, cuñada de Felipe González, porque su hermana Mar se casó con el antiguo presidente, al que no cabe llamarle «ex» porque franceses y americanos les conservan el título hasta que mueren. Aquí, para avergonzarlos, en seguida les quitamos los honores y no los botones dorados del hipotético uniforme, porque eso sería demasiado peliculero.