Opinión

Stop

Se retira Fernando Alonso y habrá que hacerle un homenaje al taxi que pilotó los últimos años. Vaya por delante que a servidora le parece el automovilismo al deporte como la música militar a la música, es decir, que, como de nuevo se ha demostrado, el coche es lo fundamental, más allá del tipo que lo maneje. Porque el tipo es bueno, no vayamos a perdernos lo importante. Alonso es un pilotazo y un antipático igual de grande, lo que creo no le ha hecho ningún favor en su carrera.

¿Es eso bueno o malo? ¿Es bueno ser carismático y encantador o es mejor tener el aliento como el vinagre de sidra? Es evidente que Alonso no nos cae bien ni siquiera a los españoles y que, sin embargo, logró tenernos los domingos, a la hora que fuera, enganchados a la televisión. Podemos echarle en cara que ya no nos fiamos, que no nos fiamos de que ni Ferrari, ni McLaren, ni la escudería que se pusiera por delante le fuera bien. Solo parecía casarle Renault y le mirábamos raro porque nosotros teníamos un Clio. Pero el asturiano nos vendió Asturias (un poco más si cabe), nos vendió la Fórmula 1, nos vendió a alguna novia, y nos vendió entretenimiento mientras esperábamos al fútbol, lo que significa que por sí mismo fue capaz de hacer afición. Nos hizo odiar a competidores que en condiciones normales no tendrían jamás nuestra atención.

Nos hizo aprender de mecánica, de curvas, de circuitos, nos permitió conocer a Pedro Martínez de la Rosa, nos dejó el poso del mejor calvo atlético (Lobato, love you) y nos argumentó la mejor razón para tomar cerveza a las doce de la mañana. Qué más se le puede pedir a un deportista. Que sea Nadal, ya lo sé. Pidan otro deseo. Y otro coche pa este muchacho.