Opinión

José Miguel López Uceta

Hace doscientos cincuenta años se descubrió que la mayoría de las lenguas europeas derivaban de una más antigua que llamaron indoeuropea, lo cual promovió investigaciones, de índole arqueológica, antropológica y, desde luego, filológica, esta última, especialmente, en universidades rusas y balcánicas. Ello ha permitido reconstruir los caminos de emigración y asentamiento de lenguas indoeuropeas, desde las estepas asiáticas a la India, Grecia y Europa occidental hasta el Océano Atlántico, donde los romanos pusieron el «Finis Terrae». Decisivo el libro del francés André Martinet «De las estepas a los Océanos. El indoeuropeo y los indoeuropeos» (Madrid, Gredos, 1997), donde se esboza la historia de la expansión y asimilación de la lengua de estos grandes emigrantes que llevan con ellos el conocimiento y uso del hierro en una línea europea expansiva: Alemania, Austria, Bohemia, Suiza; desde ahí: Francia, Inglaterra, España; hacia el Sur y el Este: norte de Italia, Grecia y Asia Menor.

En España, en la doble fase de la Edad del Hierro, Hallstatt (650-400 a.C.) y La Tène, de poderoso empuje centroeuropeo, cerámica campaniforme, ritual funerario de enterramientos en «túmulos» e inhumación de cadáveres en «urnas», se origina un denso panorama de misceginación de grupos sanguíneos con «íberos», «bereberes», o «latinos» y africanos, asentándose en la provincia de Burgos, valles y costas cantábricas, desde Cabuérniga hasta Valdivieso, estableciendo vínculos y lazos con pueblos de distinta base etno-cultural dominadora en la cuenca alta del río Ebro, montes ibéricos y valles fluviales.

Destaca en el asentamiento territorial su rasgo más acusado: los emigrantes indoeuropeos encuentran «función de aculturación» con la civilización ibérica, gran cultura occidental, tras la dura conquista de Roma y sometida al proceso de «romanización». En ese momento aparece el nombre de Autrigonia en los territorios. Se formalizan pueblos de idénticas raíces etno-lingüista con variaciones de su asentamiento y estructuras totales: religiosas, políticas, económicas, sociales, culturales y de pensamiento. El máximo lo dieron la religión y la social gentilicia, es decir, la generación abuelos, padres, hijos. Mantenimiento estructural, culto a las aguas, peñas, montes y mecanismos de «hospitalidad» y «clientela»: los territorios de cántabros, astures, autrigones, várdulos y caristios fueron romanizados, pero mantuvieron rasgos culturales. Los datos más importantes proceden de la «Naturalis Historia». Otros datos se encuentran en la «Geografía» de Claudio Ptolomeo, siglo II de nuestra Era.

Los historiadores provinciales castellanos son los que han hecho investigaciones más fecundas. Destaco el libro de J. M. Solana Saiz, «Los autrigones a través de las fuentes», publicado en los «Anejos de Hispania Antigua» del Colegio Universitario de Álava (Vitoria); son de importancia las «Actas del Coloquio Internacional» celebrado en Brest en 1997, publicado con el título de «Les Celtes et la Péninsule Ibérique» por la Universidad de Bretagne Occidentale, con participación del profesor de La Sorbonne de Paris, Helios Jaime Ramírez, gran amigo mío, que ha estudiado a fondo la condición eminentemente familiar de los celtas de asentamiento territorial y de proyección a través de los sugerentes «druidas», educadores, precisamente en esta doble faceta integral familia-futuro que permite apreciar valores en un momento del desarrollo del mundo histórico, pese a que la referencia de la cultura-base se encuentre extraordinariamente separada en el tiempo, apreciar el mantenimiento de los supuestos componentes más formativos de la personalidad básica antropológica.

Creo que este es el caso de José Miguel López Uceta, en un proceso (abuelos, padres, José Miguel, su esposa Mónica Hierro e hijo) en relación generacional, estimada en doscientos cincuenta años, nos sitúa en una dimensión histórica familiar gentilicia «López» entre 1769 y 2018, que en una cultura de transmisión antropológica intimitativa, en la existencia común, se estima suficiente para crear pautas culturales de suficiente entidad en la persona de José Miguel López Uceta, a quien se dedica la presente opinión, con admiración y afecto.

Con ello destaco un valor más de la Historia capaz de advertir los valores de los actuales meneses. Una familia eminentemente ganadera, de asentamiento en villas de origen clásico y medieval, instalada un largo tiempo y ajustándose en cada una de sus generaciones a vivir en su tiempo con ajuste a las normas comarcales, regionales y nacionales. Lectores para disponer de opinión, sin que se les imponga, y cuidando al máximo la honradez ante la sociedad y la dignidad de la españolidad, sin complicaciones, manteniendo los valores religiosos y particulares de su profesión, que son el signo de su familia, de su fe; y la libertad de pensamiento que le merece su participación en el bien de todos los componentes de la cultura y a todos integra. José Miguel López Uceta, luchador perseverante por los suyos, de pensamiento abierto y trabajador infatigable, honrado a carta cabal. Que sigue la experiencia vital, la historia, sin hipótesis. No puede afirmarse que uno es sin lo que es.