Opinión
El ojo ajeno
Gabriel Rufián nunca defrauda. Puestos a ser faltones, nadie puede competir con el diputado de ERC porque saca siempre medalla de oro. Supongo que la escena la conocen: en plena comisión de investigación por la presunta financiación irregular del PP, Rufián se refirió a «la bandera con el pollo» (la pre constitucional), la vicepresidenta de la comisión le afeó sus palabras y el catalán acusó a Beatriz Escudero, diputada del PP, de ser una «palmera» de los comparecientes. La respuesta de la aludida llevaba implícito un dato más: «No me guiñes el ojo, imbécil». Bien, vayamos por partes. Si a mí me dice «palmera» Rufián puede que me molestara un poquito. Rufián, de por sí, es molesto, es de esos diputados de nuevo cuño que se llevan ahora, de esos que parece que si no son desagradables no se les queda el cuerpo redondo y, en esas cuestiones, Don Gabriel es diez puntos.
Pero si Rufián me guiña un ojo puedo asegurarles que ahí pierdo los estribos y monto yo el pollo de la bandera. He oído protestar al protagonista por haber recibido un insulto, he oído a la protagonista quejarse de no haber recibido el amparo de colectivos de mujeres feministas y he oído también el lamento de tertulianos sumándose a la postura de Beatriz Escudero. Vaya por delante que, no solamente estoy de acuerdo con ella en su exigencia para con esos grupos reivindicativos de mujeres, sino que además de mi boca puede que hubieran salido algunos calificativos más hacia el diputado. Pero escuchar algunos tertulianos muy concretos es de ir a miccionar y que no se te escape ni una porción esférica del líquido. Tertulianos que han escrito las barbaridades más ofensivas sobre mujeres de izquierdas o sobre mujeres que no comparten su opinión, tertulianos a los que su machismo les rebosa a cada paso, auténticos expertos en faltar al respeto clamando, ahora, por nuestra dignidad. Válgame San Válgame.