Opinión

Solas

Querida Carmen Alborch: soy una mujer soltera de casi cincuenta y dos años y quisiera darte las gracias. Quisiera dártelas por luchar por los derechos de las mujeres que, abiertamente, siempre vamos solas. Vamos solas aunque tengamos pareja, que es una cosa que parece dificilísima, porque a casi nadie le entra en la cabeza que quieras ocultar tu intimidad y sigas siendo completa. A estas alturas, Carmen, aún estamos así. Solas aunque nos dejemos acompañar hasta que ya no dé más el amor y jamás se nos tuerzan los pasos. Solas hasta que nos guste estar solas, hasta que la soledad sea una cura, un refugio, hasta que nos tilden de asociales, solas hasta que nos dé igual haber estado, estar o vayamos a estar solas.

He admirado mucho esa manera de hablar, casi sin importarte la prisa, el timbre, el tono. Me gustaban aquellos vestidos galácticos, vaporosos, aquel pelo naranja, cobre, rojo, aquellos mediterráneos en tu cabello. Aquellos zapatos con tacón gordito, para pisar fuerte y sin posibilidad de titubeo. Aquella forma de estar siempre bien, de estar siempre en paz, de estar siempre libre de nubes en la mirada. ¿La ministra va a ir sola? Y la ministra, aquella ministra de Cultura que tan bien representaste a la cultura, ibas sola. Decías que la primera vez que subiste una escalera sola en un acto oficial tuviste nervios; las siguientes normalidad. Decías que, sin hijos, te habías y te habían hecho sentir egoísta, a veces sanamente envidiada, y raramente compadecida, pero que, como mujer sola, también venturosamente acompañada y nunca una persona solitaria. Eras dialogante, culta, graciosa, eras libre. Fuiste libre. Así que gracias, Carmen, por enseñarnos un camino diferente. Por dejarnos una estela llena de garbanzos a las solas, con instrucciones contra el desamor y un par de consejos ante la conformidad. Gracias, Carmen, por tanto color.