Opinión
Rusa
Ayer se celebró en todo el mundo el «Día de la ensaladilla rusa» y están Vds ahí sin saberlo, tan ignorantes y tan panchos. No es que se trate de una celebración oficial, porque la Unesco está dedicada a otras chorradas, pero los amantes de esa alhaja gastronómica pretenden que se haga fija en nuestros calendarios tal que un catorce de Noviembre, coincidiendo con el aniversario de la muerte de su inventor, el chef francés Lucien Olivier, que la llamó así porque trabajaba el hombre en el Restaurante Hermitage de Moscú.
Cuántos buenos ratos no ha hecho pasar la dichosa ensalada, de cuántos apuros nos habrá sacado y cómo ha mejorado nuestras vidas, válgame san válgame. Cuántos bares habrán llenado sus barras simplemente por cuidar esa tontería de plato, cuántas variedades la han mejorado, cuántos kilómetros habremos hecho por probar un cucharón de tropezones con mayonesa. Ahora las encontramos con merluza, con gambas, con langostinos, con cangrejo, y hasta Rodilla tuvo la feliz idea de meterla entre el Bimbo.
Sin embargo, se ha perdido la esencia de la verdadera y auténtica ensaladilla rusa. Mi madre, que no cocina sino que perpetra, conserva como una religión su mejor versión. Todos los ingredientes deben comprarse congelados, ojo, no se dejen engañar, si los guisantes están duros eso es ambrosía, debe llevar en exceso cuadraditos de zanahoria, la rodaja de huevo duro con los bordes de la yema cuajada bien verdes en tó lo alto y coronando, como broche de oro, como guinda del pastel, como remate imbatible, su pimiento morrón.
El pimiento se retira, lógicamente, pero debe añadirse en la cima para su presentación en mesa. Hasta la peor ensaladilla, que es la de mi madre, es una bendición. Nunca pasará de moda y nos igualará sin entender de clases sociales o poder adquisitivo. Y no sigo, porque igual le estoy dando una idea a Pedro Sánchez y la prohíbe en 2040.
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