Opinión
El mejor pantano
Hoy, 15 de noviembre, se celebra un aniversario privado en mi familia, que hago público con el presente texto. Se trata de un episodio íntimo y personal. Mi suegra, Pilar Muguiro Gil de Biedma, era una mujer impetuosa, genial y valiente. Su marido, Javier Hornedo Correa, un ingeniero del ICAI trabajador, de sequedad norteña y honestidad ejemplar. Vivían en una preciosa casa, la primera que se construyó, en el Parque Conde de Orgaz, en el número 8 de la calle del Gallo. Por circunstancias de la vida, una mala racha en una explotación ganadera que afectó a la totalidad de su patrimonio les obligó a vender su casa. Mi suegro enfermó y mi suegra, a la que jamás se le cayeron los anillos, obtuvo el permiso de la familia Cavero para instalar en la plaza de entrada del Conde de Orgaz una caseta en la que vendía los periódicos, las revistas, algunos libros y toda suerte de chucherías. A las 7 de la mañana abría la caseta y allí permanecía hasta la hora de comer, en la que era relevada. La caseta estaba muy bien, pero tenía un inconveniente. Carecía de cuarto de baño. El Ayuntamiento no autorizó su conexión con la red hidráulica por motivos sorprendentemente absurdos. Y en esas condiciones, tantas horas seguidas al pie del cañón se convertían en un suplicio.
Era Alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván, el Viejo Profesor. Y se nos ocurrió solicitar a Don Juan De Borbón, con quien mantenía antiguas y buenas relaciones, su recomendación. Don Juan actuó inmediatamente y mi suegra, acompañada de mi madre, fue recibida por el Alcalde en su despacho de la plaza de la Villa. –Sólo le pido que me autorice a instalar un pequeño cuerto de baño en esa caseta–. Don Enrique Tierno comprendió al momento la injusta y arbitraria negativa municipal y se dirigió a Pili Muguiro de esta forma: –Por supuesto que voy a hacer las gestiones pertinentes para que usted instale un cuarto de baño en su caseta. Por otra parte, me lo ha pedido Don Juan, y yo, aquí donde me ven, socialista, siento por Don Juan un gran afecto y mucho respeto. Además, que para eso estamos los alcaldes. Para hacer alcaldadas cuando éstas son justas–.
Pocos días después, visitaron la caseta unos agentes municipales y llegaron los permisos. Pilar Muguiro se presentó en la casa de mis padres para agradecerle a Don Juan su gestión. La obra era sencilla y el cuarto de baño estaría instalado en veinticuatro horas. –Quiero inaugurarlo yo–, dijo Don Juan. A las 12 en punto del mediodía del 15 de noviembre, un día soleado, llegó Don Juan a la casita de los periódicos del Parque Conde de Orgaz. Le acompañaba mi madre, mi hermana Rocío y su entonces Ayudante de Campo, hoy contralmirante Pedro Lapique. Allí le aguardaban Pilar Muguiro y todos sus hijos. Se había preparado un aperitivo. A las 12 y 20 minutos, Don Juan se incorporó con solemnidad, entró en el pequeño cuarto de baño, cerró la puerta, y usó por vez primera el ansiado receptáculo. Tiró de la cadena, se oyó el correr del agua en el lavabo, y cuando reapareció, abrazó a Pili Muguiro y le dijo: –Queda oficialmente inaugurado este pantano–. La carcajada fue general.
Esta mínima historia, esta realidad pequeña, la hemos guardado en familia hasta que el hastío de los tiempos ha demandado hacerla pública. No es otra cosa que el pequeño mundo –como el de Guareschi–, donde se cuenta un hecho protagonizado por buenas e importantes personas. Para mi mujer y sus hermanos, no es un episodio intrascendente. Y para mí, tampoco.
Fallecidos en 1992 y 1993, Javier Hornedo y Pilar Muguiro han dejado sobre la tierra una familia unida como muy pocas existen. Para sus hijos y nietos –no conocieron a sus biznietos–, sus padres y abuelos son el ejemplo diario del amor, el trabajo y la decencia. Y eso, el acontecimiento histórico. Un 15 de noviembre, gracias a su gestión y la alcaldada de un gran Alcalde de Madrid, un Rey inauguró un diminuto pantano en una casita de venta de periódicos. Un aniversario que hoy celebramos por todo lo alto.
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