Opinión

Los Tonetti

Yo no sé en qué momento la gente de ERC decidió ponernos alfombra roja al resto, pero se lo agradecemos de corazón. Yo no sé a qué españolazo de ERC se le pasó por la cabeza nombrar a este tipo posible candidato en sus listas; no sé a quién se le encendió la luz que le colocó como portavoz adjunto en el Congreso, pero es que no se puede dar más espectáculo (ya le ponen Vds adjetivo) que el que provoca Gabriel Rufián en cada una de sus intervenciones. Seguramente esté disfrutando del día de hoy, viendo cómo le ponen a caldo, seguramente esté desayunando vinagre mientras se pega codazos con Tardá como el que se los pega en la barra de una bar a las ocho de la tarde de un viernes. Seguramente, y es lo peor, todo lo que quiso ser acaba de conseguirlo.

Sin embargo, no le tengo tirria. Porque las personas con complejos nos entendemos. A mí me hubiera gustado mucho ser una periodista que pasara a la historia. Me encantaría ser un referente para la profesión, un espejo para las nuevas generaciones de comunicadores. Y sin embargo, soy como Rufián. Una vocera de mensaje corto y al pie, incapaz de argumentar en menú largo. Somos necesarios, ojo, pero jamás me escogería a mí misma de entre un millón para defender una causa. Por eso le tengo ternura a Rufián, ese muchacho que está más cerca de mi vida, de mi familia, de mi realidad. La suya es inventada y no la desprecio, ni mucho menos. La suya es la que quiere él que sea, el problema es que se le nota que no está vivida. Por eso le tengo como cariñito, como esa cercanía de gente que intenta ganarse la vida sacando la cabeza por una oreja. Qué bonita es la conexión entre pares. Y qué bonito era un Congreso de los Diputados cuando los escaños los ocupaban adversarios con argumentos dignos, oyes.