Opinión

Denisa

El suceso de Alcorcón, donde ha muerto desangrada por una puñalada una chica de diecisiete años, es un espanto. Primero, porque sus protagonistas son personas demasiado jóvenes para discernir o relativizar sobre la importancia de los sentimientos con la experiencia que te da la vida. El segundo lugar, porque la chica muerta era jovencísima, y porque sufrió durante mucho tiempo amenazas que no se tomaron por serias ni reales. Después, porque la puñalada fue mortífera. La herida era tan profunda y tan bestia que no hubo tiempo para atenderla y salvarle la vida. Todo pertenece a una cadena de equivocaciones letales, decisiones sin sentido y una pizca de mala suerte. Que una mujer obsesionada por otra llegue a tomar la determinación de matarla por un hombre no cabe en cabeza humana y, por supuesto, no en una que rija de forma consecuente y cabal. He leído y oído comentarios de todo tipo.

Ni siquiera se descarta que la presunta homicida no haya tenido ayuda de una segunda persona, y se siguen investigando los detalles para llegar al final de esta historia tan triste y tan dolorosa. Pero el asco extremo me lo producen los y las militantes de esa cosa tan pendular y tan absurda como la de la negación de una realidad tozuda: que la violencia machista convive en nuestro alrededor con bastante impunidad. Y a las que lo recordamos, se nos lanza este caso para afearnos que haya sido de una mujer contra otra; se nos señala porque, supuestamente, no estamos dándole tanta bomba a este suceso al tratarse de dos muchachas; se nos vuelven a recordar las presuntas denuncias falsas, esa falacia de mierda que, a poco que se consulten las cifras oficiales, quedará en una mentira de proporciones bíblicas. No se apuren los «revisionistas»: aún nos queda por saber lo malas que eran las dos y se nos repetirá que no hay nada peor que una mujer con otra. No me esperen en este juego, una vez más. Esto también es machismo.