Opinión

Melancólicos

Qué cosa tiene el fútbol, ¿verdad? Está Madrid repleto de argentinos que viven muchos momentos de su vida por y para su equipo. Quizá desde fuera sea fácil criticar esa pasión y esa dedicación, pero quien lo probó, lo sabe, que diría el gran Lope. Ayer, aprovechando el ambiente futbolero en el que vivimos (gracias a una final que nos ha caído en lo alto por intereses políticos y económicos) me fui al Wanda. A mí me gusta llamarle Wanda o, como dijo un periodista argentino, Wanda Nara, en honor a las veces que ha debido pensar en la mujer de Icardi. Pero esa es otra historia. A mí me gusta llamarle Wanda y no le llamaré Metropolitano hasta que no le coja cariño y, eso, creo, aún me va a costar.

Ayer llegué al Wanda y corroboré que, desde aquel día en el que fui a despedir a Torres, sigue estando en un descampado. Suerte que no había llovido, suerte que no hacía viento. Quizá lo único que te recuerda al Calderón es que hace el mismo frío que cuando te pasa un río por debajo, porque todo lo demás es desangelado. Yo no sé si es que aún no nos sabemos nuestros asientos o que no conocemos a nuestros vecinos; no sé si es que los nuevos habitantes están demasiado acostumbrados a lo confortable. Tampoco sé si es que el afán de poner la megafonía a todo meter nos ha quitado las ganas de animar; no sé si el empeño del speaker nos ha dormido; no sé si los referentes de ahora lo merecen. Salir (recuerden que nos vendieron que el Calderón estaba mal comunicado) es un dolor de muelas que solo compensa el ambiente de los bares de fuera, porque dentro de Wanda con un tres cero hay gente bostezando. Mi esperanza radica en los miles de niños que fueron ayer y a los que, injustamente, estoy diciendo que su opción de futuro no vale. Vaya por ellos y por Dante Gistau, que se estrenó, y al que deseo, por la misma felicidad que yo guardo en la memoria, muchos días como el de ayer.