Opinión

#soylopeor

Victorino Martín, Presidente de la Fundación Toro de Lidia, compareció hace unas semanas en la Comisión de Cultura y Deportes del Senado y todo el mundo dijo que lo hizo muy bien. Sobre todo lo han dicho los ya convencidos y eso es fenomenal teniendo en cuenta lo difícil que es contar a veces con los propios. Una, que más que taurina fue aficionadilla y que sintió en ocasiones la emoción muy adentro, se salió del asunto precisamente por los propios, por ese roneo continuado y pelma en el que se han convertido los toros. Jamás voy a manifestarme a la salida de una plaza, jamás moveré un dedo para molestar ni al señor del clavel de barrera ni al de andanada de sol (ni siquiera a Calamaro, gestor sobrevenido de las esencias patrias españolas) pero dejaré que esto muera de inanición sin pestañear.

Posiblemente en este instante esté formando parte ya de los peligros que anunciaba Victorino en el Senado: no estar a favor de los toros me convierte en un ser tendente a desvertebrar España, en una animalista capaz de acabar con el jamón de Guijuelo y el atún de Barbate. Ojo ahí. Y luego nos dicen que el debate de toros sí/toros no es un discurso simplista y folclórico. Yo, modestamente, quiero proponer desde aquí que no se nos deje opinar.

Es mucho mejor una postura unívoca y sin fisuras porque, de lo contrario, vamos a acabar con el campo y la vida rural; es mucho mejor que formáramos con conejos muertos nuestros nombres y, puestos ya a impedir las opiniones en contra de los toros so pena de acabar señalados como los instigadores de otro holocausto, que se nos obligue a ir. Que los toros sean, por ley, como la escolarización. Y de paso, pegar unos tiros en una montería, no vaya a ser que se resienta el cuero de Ubrique.