Opinión
El monstruo
Ayer fue un día muy raro y difícil. Se cumplía un año desde que se me fuera un amigo. Un amigo que se quitó la vida. Su hija escribía en su cuenta de Facebook un texto maravilloso en el que reconocía que su padre se había quitado la vida y lo escribió (dijo ella) con la normalidad que merece. Un día, a ese amigo brillante, alegre, guasón y gambitero, se le metió un monstruo en la cabeza y ahí le perdimos todos. Se convirtió en una persona agotada. Esa hija (que hoy puede contarlo con esa serenidad) es enfermera y se pregunta por qué esta sociedad, concienciada cada vez más con evitar el dolor a las enfermedades terminales, la buena muerte y la falta de sufrimiento en la medida en la que se pueda, no trata a las enfermedades mentales de igual manera. Esa hija que es enfermera en un hospital cualquiera no entendía, pasado un año, que solo se invierta en paliar enfermedades materiales, tangibles y objetivas y se olvide tanto la salud mental. Meses de espera para un psicólogo, años de tratamiento psiquiátrico sin avances. Ahora que tanto nos quejamos de que esta sociedad no crece, de que no hay niños, del frenazo demográfico, quizá haya llegado el momento para pensar en otros males de nuestro tiempo. «El monstruo de la cabeza» escribe esa hija huérfana desde hace un año. Ayer también se enterró al Cepi. Antonio Javier Cepillo, «Cepi», un pediatra de Albacete que se empeñó en ser payaso entre sus pacientes. Les pintó las paredes de dibujos y formó «Los Guachis», un grupo musical en el hospital de la ciudad para los niños con cáncer, sus familias y los profesionales sanitarios. Espero que el Hospital de Albacete lleve su nombre en letras glitter. El Cepi entendió que el sufrimiento físico es horrible, pero mucho peor es el monstruo de la cabeza, aunque ese monstruo sea monstruito. Cepi: hay ángeles entre nosotros, pero tus alas eran muy grandes.
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