Opinión

Peligros

Ayer leía en una de mis revistas de referencia (Shangay, para ser concretos) un artículo en la sección «Pluma invitada» firmado por Luisgé Martín y titulado «El orgullo Vox» en la que el escritor alertaba de los peligros de que algún miembro del colectivo gay tenga tentaciones de votar a la formación de Abascal. Dice Martín que hay muchos homosexuales que adoran esa imagen de Abascal que le hace pasar por un machote de virilidad incuestionable: soberbio, rudo, sin pelos en la lengua. El otro día coincidí con su lugarteniente, con su secretario general, Javier Ortega-Smith, esa suerte de hombretón de los que ya no quedan. Tuve la oportunidad de verle de cerca, de contemplar esa gestualidad engorilada, empalomada, esa técnica que tiene esta gente de decir las cosas muy fuerte, sin balbuceos, paso firme, cabeza alta, decidido, sin comas en su mensaje.

Digo barbaridades pero estoy convencido. No importa si mi mensaje es nauseabundo: se trata de mostrarse rotundo, valiente y soldado de la causa. Tiene razón el articulista de Shangay al advertir de los peligros de la frivolidad de votar a Vox por un cabreo mañanero, por un hartazgo al mirar la declaración de la renta, por la monotonía habitual, gris y gazmoña de nuestra clase política. Tiene razón porque los españoles corremos el riesgo de pensar que, gane quien gane el veintiocho, podemos darnos por jodidos y acudir así al borrón, al chafarrinón, al extremo para provocar un cambio.

Ante ese panorama, ante la garantía de que nada de lo que salga de ahí nos hará mejores, sería bueno recurrir a la economía de guerra. Ahorremos en frivolidades, no especulemos, seamos sensatos. Oigo casi todos los días a los arcángeles del apocalipsis contar que vamos hacia el abismo si gana Pedro Sánchez. Contar que Rivera es un flojo, un vendido. Afirmar que Casado se queda cortito. Bajemos el suflé del enojo que lo siguiente es una astracanada y un despropósito fatal.