Opinión

Mamá

Hoy es el Día de la Madre y quisiera, antes de nada, felicitar a mi madre (que no me estará leyendo) para decirle que las madres no tienen por qué ser perfectas. Mi madre no tiene que entregarse al noventa y siete por ciento. Y se entregó tres puntos más. No tuvo un tres por ciento de egoísmo. Tuvo muchísimo más. Yo diría que, durante algunos años, fue muy egoísta porque no podía ser otra cosa, casi un noventa desde mi perspectiva entonces. Entonces. Ahora ya entiendo todo. Y no tuvo cero quejas. Casi todo el tiempo se quejaba. Tenía tantas razones para quejarse que no se cómo aguantó y no mandó al carajo todo.

Mi padre no fue único en su especie. Pero hubiera estado bien que lo fuera. Mi madre es como es. Con todos sus defectos, con sus imperfecciones, con su manía que tiene de que me case, porque sea una buena mujer. Por verme más joven de lo que soy, por querer, todavía, manipular mi vida, mis decisiones. Porque no vaya siempre rodeada de gays «qué van a pensar». Mi madre siempre tiene un ratito para ponerme una pega. El pelo mal. El cutis fatal. Ponte un aparato en los dientes. Cómprate ropa buena. Tráeme ese abrigo que lo tienes que pareces una indigente. Mi madre es una madre cualquiera.

De esas madres a las que crees que no le gustas y a las que les gusta más tu perro. Divino el perro, qué bendición. Este perro es el más guapo del parque, con diferencia. Y lo obediente que es. Sabes que te está echando en cara que tú no lo fueras, que recuerda que fuiste una adolescente imposible, inaguantable y que todo aquel tiempo nos marcó. Pero es mi madre y no la cambiaría por ninguna. Así que, queridos grandes almacenes, a ver si renovamos algunas cosas, incluido el uniforme de los empleados de oportunidades.