Opinión
La familia no debe ser un eterno refugio, sino una lanzadera hacia la autonomía
Desde que nací, en
1974, las familias han experimentado grandes variaciones. En aquel momento, la
familia era una institución monolítica.
La presencia de la mujer en el mercado laboral aún era residual y su
función primordial era la de tener hijos, y con un canon prefijado (guapos y
“sanos”).
Hoy, 45 años más
tarde, el modelo familiar español es mucho más heterogéneo y los núcleos
familiares tienden a ser más reducidos pero con más posibilidades y facilidades
para acceder a la paternidad y maternidad. Sin embargo, pese a los cambios, la familia sigue constituyendo la
institución vertebral de nuestra sociedad, la plataforma de seguridad y
protección para los ciudadanos desde el mismo momento de su nacimiento.
Además, la familia
constituye el primer contexto
socializador, en el que se inician y desarrollan las funciones básicas de
socialización, transmisión de valores y educación que acompañan a las personas
durante toda su vida. Por ello, el papel de la familia no solo es importante,
sino que resulta decisivo en el
desarrollo de las personas y adquiere un rol aún más crucial en las personas
con discapacidad intelectual.
Solemos otorgar la
responsabilidad de la educación a los centros educativos, cuando la realidad es
que, aunque existe una corresponsabilidad que debe ser compartida, todo comienza en el seno familiar. Sin
duda, las unidades familiares son el motor
de desarrollo de las personas y, por ende, de la sociedad. Ayer, 15 de
mayo, Día Internacional de la Familia, celebramos a todas las familias de
nuestro país y su papel fundamental en el desarrollo, día tras día, de nuestros
ciudadanos más pequeños.
La sobreprotección genera dependencia
Desde pequeño, tuve
la gran suerte de tener una familia que confió en mí desde el primer momento.
Recibí las mismas herramientas y el mismo trato que el resto de mis hermanos, y
no puedo estar más agradecido, pues estas herramientas son las que me han
permitido formarme, conseguir un empleo y convertir la lucha por la igualdad y
la normalización en mi objetivo vital, de la mano de la Fundación Adecco. Gracias a
ello, me he convertido en el Pablo Pineda que conocéis. No tengo duda de que,
sin el esfuerzo de mis padres, la historia sería otra.
La discapacidad
introduce grandes retos en las familias, que han de convivir con una situación
diferente a la habitual y ser capaces de adoptar un comportamiento que permita
a las personas con discapacidad desarrollarse en su plenitud. Las familias son
clave para proveer a sus hijos con discapacidad del mayor número de
herramientas para que sigan avanzando y defendiendo su identidad, que es la que
convierte nuestro mundo en diverso y apasionante.
Una de las
herramientas más importantes es la confianza, la base de toda educación. Si la
familia no confía en su hijo, todo lo demás no sirve para nada. Saber
pronunciar un «tú puedes» a tiempo puede llegar muy dentro y hacer que se
sienta capaz de afrontar cualquier nuevo reto. La familia no debe ser un eterno refugio sino una lanzadera hacia la
autonomía.
La mayoría de las
veces ocurre lo contrario, los propios padres -y también el resto de la
familia- infantilizan la discapacidad intelectual y en vez de animar a su hijo
y dejar que se convierta en una persona autónoma, tienden a sobreprotegerle y a
hacer las cosas en su lugar. El riesgo está en que un «no puedes» haga eco y
acabe convirtiéndose en una verdad en la cabeza del niño. Esto puede marcarlo de
por vida y obstaculizar enormemente su vida independiente.
Por ello, es importante
exigir al hijo con discapacidad, darle responsabilidades y habituarle a que
haga cosas. A un hijo hay que educarlo, no
mimarlo en exceso, sin compasión ni sobreprotección, y lo digo desde mi
propia experiencia. Yo, desde muy joven, hacía mi cama, recogía mi cuarto y limpiaba
el polvo, tareas que en adelante continúas haciendo como costumbre, sin tener
que depender de nadie.
Creo que ninguna
persona es completamente independiente, todos necesitamos ayuda en algún
momento de nuestra vida y no pasa nada. Pero lo importante es que la
discapacidad no se convierta en un lastre, que las familias hagan esfuerzos
para no caer en la sobreprotección y proporcionen a sus hijos las herramientas
necesarias para que en el día de mañana tenga recursos a su disposición.