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Opinión

Comunión

Dicen que los españoles gastan 700 € al año en las llamadas BBC: bodas, bautizos y comuniones. Dicen también que el coste de una boda para unos 100 invitados supera los 12.000 y el de una comunión asciende a 8.000 €. Ciertamente me cuesta creer que estas cantidades se pueden llegar a derrochar en un solo día. Si bien es un día inolvidable, no creo que tenga que ser precisamente el gasto económico lo que lo haga más inolvidable.

El principal gasto es el banquete, pero también la música, la barra libre, las trajes, el fotógrafo, peluquería, maquillaje, flores, ramos, diademas... De hecho Hacienda persigue los pagos en negro a estos grandes banquetes y a todo lo que rodea a la ceremonia.

Este mes es, por excelencia, el de las comuniones, para las que cada vez hay que desembolsar más dinero y al final habrá incluso quien tenga que pedir micro créditos para estar a la altura de una gran celebración que, lejos de ensalzar el gran paso espiritual hacia la fe, cada vez se parece más a una boda. Es triste que recibir el cuerpo y la sangre de Jesucristo pase a un segundo plano porque la celebración eucarística quede eclipsada por la fiesta de después.

Mis sobrinos, mellizos, hicieron ayer la comunión y les aseguro que esa tendencia al alza de convertir las comuniones en grandes eventos celebrados en espectaculares salones y con un menú impresionante, afortunadamente en nuestra familia no se cumplió. Principalmente porque lo que importa de verdad es la fe. Porque ni la fiesta, ni los regalos, ni siquiera ese protagonismo del que gozan los niños en su comunión han de tomar un papel mucho más importante que recibir ese regalo tan potente y vital a lo largo de la vida como es la espiritualidad. Tras 34 días sin andar y recién llegada de un hospital, puedo asegurarles que la fe es determinante. Y eso es lo que precisamente ayer celebramos.

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