Opinión

Selectas

Las élites son minorías selectas que se suelen identificar con clases dominantes en economía, gobierno, cultura, poder militar, inteligencia... Por su propia definición, las élites están por encima del resto de la población, su posición es privilegiada, y debida a su estatus, merecimiento o cualidades. Las élites representan una selección (más elección) realizada mediante prerrogativas (económicas, de clase...) relevancia empresarial y política, o mérito (pero las élites que lo son por méritos propios son las más escasas). La historia está marcada por élites dirigentes, muchas de las cuales han estado, o están, conformadas por líderes ignorantes, enfermos o locos, que han afectado de forma trágica a las naciones. La idea de la élite como exquisitez no tiene demasiado sentido y, hoy, pertenecer a una élite no conlleva «sabiduría o virtud», como pretendían ingenua o interesadamente los clásicos, sino privilegios. Las élites extractivas –concepto ideado por los economistas Acemoglu y Robinson–, gobiernan, no para el bien común, sino por su propio interés, creando redes de «captura de rentas» que operan en política, economía, inteligencia y comunicación. Son élites poco visibles al ciudadano corriente, que las abastece con su trabajo y patrimonio. Su objetivo es el poder por el poder, y han desideologizado la política, entre otros efectos que transforman la sociedad. Irónicamente, nunca habíamos vivido un tiempo que aborreciera tanto a las élites. Sobre todo, a las intelectuales y culturales, cuya simple posición se considera un síntoma de altivez, de engreimiento social insoportable. Mientras el intelectual resulta una figura anti-democrática, impopular, las élites extractivas pasan inadvertidas al común, que siente sus efectos en su cuenta corriente, pero es incapaz de poner nombre a los responsables de su creciente pobreza. Además, el igualitarismo se ha convertido en un mandamiento tan obnubilado que equivoca sus objetivos: detesta a las élites meritocráticas (intelectuales) pero paga mansamente la factura de las élites extractivas. Así, es posible sospechar que el igualitarismo, en su intento erróneamente democrático por hacer desaparecer las diferencias que implican superioridad de unos sobre otros –diferencias elitistas–, puede terminar por destruir todo rastro de meritocracia intelectual, pero será incapaz de acabar con las borrosas, aunque eficaces y poderosas, élites extractivas.