Opinión
La educación inclusiva acaba con los prejuicios
El otro día leía un artículo sobre las “líneas de deseo”, un
concepto que ignoraba hasta entonces y que estoy seguro de que muchos de
vosotros también desconocéis. ¿Sabéis esos caminos de arena que se crean en un
parque por el paso constante de transeúntes? ¿Aquellos caminos sin asfaltar y
donde ya no crece la hierba? No fueron diseñados por expertos, solo por el
propio uso de la gente y, en urbanismo, se conocen como “líneas de deseo”: un
pequeño acto de rebeldía o comodidad del ser humano. Sin embargo, pensando en
estas líneas de deseo de una manera más metafórica y haciendo un símil con los
caminos que nos separan a unos de otros, acabé reflexionando sobre la
importancia de la educación inclusiva y la necesidad de generar líneas de deseo
entre jóvenes con y sin discapacidad. Otra de las muchas formas de manifestar
la imperante obligación de apostar por el acercamiento a la discapacidad si
de verdad queremos construir una sociedad ecuánime.
Entonces, me acordé de los jóvenes que en breve vuelven a las
aulas; pero, sobre todo, de aquellos padres de hijos con discapacidad que pisarán
la escuela por primera vez y sienten un miedo inmenso: «¿cómo se portarán con
mi hijo?», «¿será querido?» «¿tendrá amigos?», y un sinfín de preocupaciones
que se suman, lamentablemente, con el añadido de la discapacidad.
A ellos, me gustaría recordarles que no pueden olvidar que tienen
un hijo, al que hay que educar; no una persona con discapacidad a la que hay
que cuidar. Soy plenamente consciente de que, en la práctica resulta mucho más
complejo, pero no puedo tener más claro que la sobreprotección genera dependencia
y acaba perjudicando al desarrollo de los jóvenes. Si hay algo que pueda
afirmar es que yo no solo llegué a la universidad con esfuerzo sino gracias al
apoyo y a la educación de mis padres que fueron los primeros en creer en mí.
Por ello, quiero que nos grabemos en la mente el famoso refrán: “ningún mar en
calma hizo a un marinero experto”.
Y volviendo a la relación entre las líneas de deseo y la educación
inclusiva, resulta que estas líneas no son solo caminos físicos sino una
manifestación del deseo de las personas, una serie de ideas, intenciones y
deseos que conectan a unos y a otros. Me di cuenta de que caminamos
constantemente por líneas de deseo sin ni siquiera ser conscientes de ello,
caminos invisibles por los que deseamos pasar sin saberlo, rutas grabadas de
manera mecánica que nos guían a los lugares familiares y conocidos.
¿De qué dependen nuestras líneas de deseo? De nuestras aficiones,
de nuestros gustos y un sinfín de vicisitudes muchas veces ligadas a nuestra educación
y que hacen que una y otra vez nos acabemos encontrando siempre con el mismo
tipo de gente allá donde vayamos. Por ello pensé que, si las personas con
discapacidad no comparten espacio en las aulas o en los entornos ordinarios de
trabajo con las personas que no tienen discapacidad, nunca podrán existir estas
líneas de deseo entre unos y otros.
¿Somos realmente conscientes del beneficio de que haya alumnos con y sin discapacidad en el aula? Desde luego que no.
Todavía hay que perder el miedo a la inclusión y no creo que sea
una cuestión de falta de recursos sino de utilización de los mismos. No me cabe
duda de que la educación inclusiva acaba con los prejuicios y garantiza la
igualdad de oportunidades y la no discriminación de las personas con discapacidad.
Las personas con discapacidad tenemos derecho a estudiar en escuelas comunes,
aprendiendo y participando en igualdad de condiciones porque solo si existe una
convivencia en la etapa educativa, podremos lograr una sociedad donde los
prejuicios se reduzcan a lo que son por definición: una serie de ideas sesgadas
y erróneas que damos por ciertas, dejando así de perfilar el comportamiento de
la mayoría de la sociedad.
Se trata de la pescadilla que se muerde la cola: para que la
sociedad esté preparada necesitamos formar personas que normalicen, conozcan y
entiendan la diferencia, la diversidad, y las necesidades de las personas como
una riqueza, como un valor que nos hace únicos; pero para ello debemos estar
concienciados y sensibilizados en materia de discapacidad y apostar por una
educación inclusiva.
Para que la sociedad siga mejorando en su aproximación a la
diversidad y la inclusión, todavía nos queda camino por recorrer, pero está
claro que éste empieza en la educación inclusiva, aquella que tiene en cuenta
que cada persona lleva a cuestas una mochila invisible cargada de muchas
características y necesidades distintas, pero también de mucho talento y valor
en el que hay que creer para darle visibilidad.