Opinión

Greta

Se llama Greta Thunberg y a estas alturas la conoce todo el mundo. Greta es una niña sueca de dieciséis años, una activista medioambiental centrada en llamar la atención a nivel global sobre los riesgos que corremos todos por el cambio climático. Todo esto y hasta aquí, es objetivo. El único problema que tiene Greta es que todo lo que provoca es subjetivo. Si yo tuviera un hijo, creo que me gustaría que estuviera preocupado de todas esas cosas; que pensara en el futuro, en los animales, en lo que quiere comer, en que todo fuera menos bestia de lo que es. Me gustaría que no tuviera miedo, que fuera una persona buena, íntegra, cariñosa y feliz. Sobre todo, que fuera feliz. Seguramente Greta es feliz haciendo lo que hace, diciendo lo que dice y diciéndolo exactamente como lo dice, por mucho que nos parezca chocante, repelente y sobreactuada. El único problema es que parece que Greta se aferra a ese activismo como la única manera de sentirse bien, y eso no me gustaría para mi hijo. Yo quisiera que mis hijos no fueran más mayores de lo que son, que fueran niños de su edad, que pensaran en las cosas que piensan los críos de su edad, que no se echaran a la espalda más responsabilidad de la que deben tener a su edad, que no batallaran en guerras mayores a las que pueden hacer frente a su edad. No me gustaría que mis hijos superaran una depresión a base de sobreexponerse al mundo. Greta Thunberg me parece una niña frágil y, sobre todo, me parece que no es una niña feliz. Cuando la veo, no pienso en el cambio climático, ni en los gobernantes del mundo, ni reflexiono sobre si lo que hago está bien o mal. Cuando la veo, sufro. Sufro por esa cría que a veces no va al cole, que se aísla y que piensa en el Apocalipsis. No puede ser. No debe ser así. Eso, al final, acaba siendo insostenible también.