Opinión

Las lluvias frenan los incendios pero no salvan la imagen del primer ministro australiano

Por fin llueve copiosamente en muchos puntos de la Australia calcinada y aún en llamas; el manto de agua cae con fuerza sobre las cenizas de alrededor de 2.500 hogares reducidos a escombros, de los árboles mortecinos y de los huesos abrasados de centenares de millones de animales. En el recuerdo de una sociedad cada vez más consciente de su vulnerabilidad se encuentran las 28 personas fallecidas por la fiereza del fuego, aquellas que no han podido compartir con sus compañeros y familiares este chaparrón de júbilo histérico y ansioso después de meses de lucha ante un elemento impredecible y devastador. Esta alegría es la mayor bocanada de aire recibida en cuatro meses de indefensión.

El término medio parece no existir en una temporada de incendios sin precedentes que ha dejado hasta el momento más de 10,7 millones de hectáreas calcinadas y con uno de los meses de diciembre más secos de la historia del país. Así llegó a su fin un año de sequía extrema y, en tan solo 24 horas, entre este jueves y el viernes, la lluvia ha pulverizado récords. En Melbourne y alrededores ha llovido más en este intervalo que en el último mes, mientras que en la zona de Sidney no había caído tanta agua desde antes de la primavera. El resultado es que, en pocas horas, en Nueva Gales del Sur se han extinguido alrededor de 32 fuegos activos gracias a una intensa lluvia que también ha derrumbado árboles sobre postes eléctricos, ha provocado apagones masivos, deslizamientos y algunas inundaciones. El todo o nada suele ser la tónica en momentos de adversidad climatológica.

Llueve también detrás de los cristales de la oficina del primer ministro, Scott Morrison, aunque la tormenta política lleva meses poniendo a prueba su capacidad de liderazgo. Embarrado hasta la cintura pero siempre con los zapatos brillantes, su popularidad ha descendido nueve puntos en el último baremo realizado en enero. El grado de desaprobación de sus votantes tras su gestión durante la crisis de los incendios ha pasado de un 43% en diciembre a un 52% en el nuevo año, mientras que la cifra de los que le reprueban encarecidamente ha incrementado del 22 al 33% en menos de un mes. Por un lado, los datos evidencian una polarización en la ciudadanía más notoria que antes de los comicios celebrados en mayo; por otro, que hay un creciente sector de votantes del Partido Liberal conservador –que él preside– que pide un cambio de liderazgo en sus filas. Este sentimiento deriva de un sentir generalizado que subraya la inhabilidad, la incompetencia y la arrogancia de un líder en horas bajas.

En Australia ya saben lo que es cambiar de mandatario en plena legislatura, algo que ha sucedido en cuatro ocasiones durante la última década. El propio Morrison sustituyó en agosto de 2018 al también liberal Malcolm Turnbull, tras una moción de censura interna. Los votantes le ratificaron nueve meses después y su senda política ha sido, desde entonces, un galimatías de contradicciones, irresponsabilidades y desconexión con la realidad que desembocan en un dato lapidario: solo un 11% de los que le eligieron presidente le apoyan ciegamente en la actualidad.

Si hay algo que perseguirá al “premier” durante lo que le reste su mandato es su pasotismo ante los clamores de distintas instituciones sobre la necesidad urgente de combatir el cambio climático. El Centro Nacional de Lucha Aérea contra los Incendios pidió en mayo un aumento de su partida presupuestaria de once millones de dólares australianos (alrededor de siete millones de euros). Ni caso. En abril, los Líderes de Emergencia para el Cambio Climático, un grupo formado por 22 exresponsables de servicios de urgencias, alertó al Gobierno sobre “eventos climáticos extremos cada vez más catastróficos”. Todavía están esperando para sentarse con el líder y su cúpula. En noviembre, Carol Sparks, alcaldesa de Glen Innes, una localidad de interior ubicada al norte de Nueva Gales del Sur, planteó al primer ministro el “innegable vínculo” existente entre la crisis climática, la sequía y la proliferación de unos incendios forestales que ya habían matado a dos de sus habitantes. La respuesta del Ejecutivo a sus demandas llegó de la voz del viceprimer ministro, Michael McCormack: “No son más que unos lunáticos delirantes que quieren sacar provecho político”.

Estos desplantes no tardaron en volverse contra el Gobierno. En diciembre, y con los fuegos instalados en la agenda de los medios de comunicación internacionales, un informe definió a Australia como el país con peores resultados de los 57 analizados en materia de políticas contra el cambio climático. Como complemento, a Morrison no se le ocurrió otra cosa que abandonar el epicentro del caos en el que decenas de miles de compatriotas se fajaban contra las llamas para irse de vacaciones navideñas a Hawai. El fallecimiento de dos bomberos voluntarios, Geoffrey Keaton y Andrew O’Dwyer, de 32 y 36 años de edad respectivamente, iluminó a un Morrison, que decidió acortar su estancia y regresar a un país que le recibió con los colmillos afilados. Nada, ni la gravedad de unos fuegos que han causado un daño que podría ser irreparable, ni la valoración de las razones por las que han empezado tan temprano y se han propagado tan dramáticamente, ni los 28 fallecidos, los centenares de miles de afectados y animales calcinados, ni siquiera su propio sentido del ridículo tras un discurso de Navidad vacío y de corte nacionalista, y la creación de un anuncio publicitario pagado con dinero público para limpiar su imagen, han conseguido que Morrison se baje del burro. Sus opositores dan por hecho que jamás se comprometerá a cumplir con los requisitos marcados en la Cumbre de París para 2030 sobre las emisiones de CO2 a la atmósfera y deja clara su preferencia de lidiar con el problema sobre la marcha, con gestos como el envío de reservas militares, en lugar de buscar soluciones preventivas; aunque le cueste pagar el precio de la popularidad.


A ello se añade el daño hecho al turismo. El impacto de los incendios podría causar pérdidas por valor de hasta 4.500 millones de dólares australianos (2.800 millones de euros) en el sector para finales de 2020, según un nuevo informe del Consejo de Exportación y Turismo de Australia (ATEC, por sus siglas en inglés). ATEC, que representa a un sector industrial que genera cada año unos ingresos de 45.000 millones de dólares australianos, ha realizado su informe mediante un estudio de las visitas recibidas en el sector turístico en Australia.

Llueve, pero Morrison no se moja ante un balance arrollador. Al menos un 80 por ciento de las Montañas Azules, ubicadas a 100 kilómetros de Sídney, han quedado reducidas a cenizas, al igual que un 53 por ciento de los bosques pluviales de Gondwana, que abarcan el tercio norte de Nueva Gales del Sur. Precisamente, este estado está siendo el más afectado por los fuegos con cinco millones de hectáreas quemadas. La Isla de los Canguros, localizada en Australia del Sur, ha perdido un tercio de su extensión y especies autóctonas están en peligro de extinsción. Hacer balance sobre las consecuencias está resultando una tarea complicada por el difícil acceso, sin embargo, y aun sin saber el alcance exacto, la preocupación sobre el efecto que los incendios han tenido en los hábitats de reproducción y alimentación de las especies es total. La biodiversidad australiana ha sufrido un impacto que se extenderá más que cualquier gobierno. Los recursos de ecosistemas ancestrales se han visto reducidos considerablemente en muchas zonas y los animales que han logrado sobrevivir están pagando las consecuencias. Todo ello ante la atenta mirada de los primeros pobladores, de unos aborígenes defenestrados que supieron cuidar de su jardín durante 60.000 años y que ahora son testigos de la incapacidad del hombre blanco, el que en solo dos siglos ha arruinado su templo sagrado. El de todos.