El Gobierno de Pedro Sánchez
La política exterior, en manos de Podemos
Que la inclusión en el Consejo de Ministros de representantes de un partido de extrema izquierda, comunista, y con estrechas relaciones, nunca ocultadas, con el llamado «socialismo bolivariano del siglo XXI» podía imprimir un cambio de orientación en la política exterior española con Iberomérica, se daba por descontado. Que ese giro copernicano se haya producido en medio de una de las peripecias diplomáticas más rocambolescas de nuestra historia reciente escapaba a cualquier pronóstico. Porque la única conclusión cierta que puede extraerse de la agria sesión de control celebrada ayer en la Cámara es que el presidente legítimo de Venezuela, Juan Guaidó, que había sido reconocido como tal por el Gobierno español, fue ayer rebajado a «líder de la oposición» en sede parlamentaria por el mismo jefe del Ejecutivo, Pedro Sánchez, que se puso a la cabeza de la manifestación contra el régimen de Venezuela y que, como dirigente de la Internacional Socialista, impulsó el aislamiento político del chavismo y, de paso, la expulsión del seno de la misma organización socialista del Frente Sandinista de Liberación, tras la brutal oleada de represión llevada a cabo por el Gobierno nicaragüense. Como, sinceramente, no creemos que en el seno del socialismo español se haya producido una conversión ideológica de retorno a la praxis marxista, la única conclusión plausible es que se ha puesto a los pies de los caballos al martirizado pueblo de Venezuela en razón de la estabilidad interna del Gobierno de coalición, aunque ese cambio acentúe la mala fama internacional de nuestro país como socio poco fiable. Que desde las filas gubernamentales se acusara ayer a la oposición de lesionar las relaciones con Washington suena a sarcasmo y revela mucho más de la improvisación y falta de estrategia exterior de este Gobierno que las incongruentes explicaciones del ministro de Transportes, José Luis Ábalos, arrastrado a este vodevil político por una impecable jugada diplomática del régimen venezolano, de cuya capacidad en la gestión de la propaganda no conviene dudar. De ahí que sea imperativo, aunque sólo sea en aplicación del principio de precaución, que el ministro Ábalos, con independencia de la permanencia o no en el cargo, ofrezca un relato coherente de la peripecia aeroportuaria y explique la cadena de acontecimientos que le llevó a reunirse en Barajas con una vicepresidenta venezolana, Delcy Rodríguez, que, en puridad, ni siquiera podía sobrevolar el espacio aéreo español. Más aún, cuando el propio Ábalos, en una de sus muchas versiones, involucró al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, responsable último de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que custodian las instalaciones del aeropuerto madrileño. Quienes han tenido que lidiar con el régimen chavista conocen hasta qué punto y con que ausencia de escrúpulos puede actuar cuando se siente amenazado, razón por la que hemos apelado al principio de precaución. En este sentido, el lastre que le pueda colgar a Unidas Podemos de una relación de décadas con el chavismo, que, sin duda, va mucho más lejos de la mera comunión ideológica, no debería ser asumida como propia por el PSOE ni, mucho menos, por el presidente del Gobierno que es, en última instancia, quien marca las directrices de la política internacional, hasta ahora, alineada con el resto de la Unión Europea y con las principales democracias occidentales en el rechazo a la tiranía venezolana y en el respaldo al presidente encargado Juan Guaidó. Con el agravante de que la posición española en Venezuela, por las estrechas vinculaciones de todos conocidas, debería ser determinante en la actitud de otros países iberoamericanos, que miran a España como referencia de democracia asentada y posible.
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