Opinión
El zarrapastrón de Hellín
Las tres localidades albaceteñas que se estudiaban en la Geografía de mi infancia, eran Hellín, Almansa y Chinchilla. Hellín no me ha llamado nunca la atención, Chinchilla me evoca el abrigo de pieles de Massiel, y Almansa es otra cosa. En su cementerio, junto a la tumba de su madre, descansa don Santiago Bernabéu. Por otra parte, en Almansa, sobre una considerable elevación de terreno, se alza un castillo alto y enjuto, desde cuyas almenas orientadas al oriente los cruzados vigilaban la inmensa llanura para alertar a los cristianos cuando se advertían movimientos de la morería. En el litoral, la frase tranquilizadora «no hay moros en la costa» –el Refranero Español de Rodríguez-Marín–, se cambiaba en el interior por «no hay moros en el llano». De cualquier manera, millones de personas repartidas por todo el mundo, más que por su esbelto castillo, conocen Almansa por ser la cuna y la tumba del portentoso Bernabéu. A su lado, y lo escribo con todo respeto, Hellín y Chinchilla no me prestan en igual medida, como escribiría un asturiano.
Es posible que muchos naturales de Hellín desconozcan lo que podría ser motivo de inmediata mudanza. De Hellín es el ministro de Universidades, el separatista catalán Manuel Castells, impuesto por Podemos. El ministro, vestido de hombre, puede lograr un aspecto casi venerable, por sus canas y su desmedida cabeza. Pero el señor ministro acude al Senado, a la Cámara Alta del Parlamento Español, disfrazado de mamarracho. Ramón Pérez-Maura, en ABC, califica a Castells entre lagarterana y pordiosero, y creo que acierta en la primera opción, siempre que las lagarteranas no se sientan humilladas y ofendidas. Y nos recuerda a Tarradellas cuando recibió de pie y sin invitar a tomar asiento, al tonto de Mosén Xirinachs, que en paz descanse, que acudió al Palacio de la Generalidad disfrazado de memo. Aunque haya fallecido, no caigo en descortesía cobarde escribiendo que Xirinachs era tonto, porque lo hice igualmente cuando vivía, y en repetidas ocasiones. Su libro «Paquete de Enmiendas a la Constitución de 1978», es, junto al «Libro de Jomeini», el compendio de humor involuntario más aprovechable de mi biblioteca. Pero olvida Pérez-Maura otra anécdota de Tarradellas. Fue invitado a almorzar por un Consejero de la Generalidad en el Vía Véneto, el gran restaurante barcelonés de la calle Ganduxer. El Consejero recibió a su Presidente a las puertas del restaurante, y comieron muy bien, como es habitual en aquel glorioso establecimiento. Días más tarde, el Consejero se presentó a una reunión de Gobierno sin corbata. Y Tarradellas le negó el asiento. –El pasado martes, se puso la corbata para almorzar conmigo-; -lo hice, porque en el restaurante el uso de la corbata es obligatorio-; -pues si en un restaurante se obliga a que sus clientes acudan con corbata, con más derecho puede exigirlo el Gobierno de la Generalidad. Váyase, vuelva con una corbata, y con mucho gusto le permitiremos sentarse entre nosotros-.
Un ministro de Universidades no puede acudir al Senado como un ridículo mamarracho, porque esa combinación de brusquedades ópticas no es consecuencia de una casualidad. Se pensó mucho la elección de aquellos trapos inadmisibles. Por otra parte, que un albaceteño de Hellín haya defendido y escrito sobre las bondades del independentismo catalán, establece una distancia con dos tercios de los españoles de considerable longitud. Claro, que es mejor defender el independentismo catalán vestido de payaso sin gracia a hacerlo como si fuera un ministro más o menos inmerso en la normalidad indumentaria. A un tipo que se presenta en el Senado de esa guisa, no le hacen caso ni los suyos, y menos aún los independentistas, tan escrupulosos para aceptar en sus filas a los charnegos procedentes del resto de España. Castells suspendería el examen de «catalán autóctono» con una nota rayana al cero patatero.
Si una tarde cualquiera, en la delicia de un bosque frondoso y primaveralmente renovado, de una casita sale Castells con una cesta repleta de viandas para llevar la merienda a su abuelita, que vive en otra casita, según se desciende por la senda del hayedo dejando a la izquierda el estanque de los patitos, y se viste como apareció en el Senado, puede tener la completa seguridad de que el Lobo Feroz renunciará atemorizado a cualquier acoso contra él y la abuelita. El Lobo Feroz puede soportar, de mala gana, el disfraz de Caperucita Roja, pero no la mamarrachada textil de Castells, el albaceteño que por defender el separatismo catalán fue nombrado Ministro de Universidades.
España, yo, Castells y el Lobo Feroz, somos así, señora.
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