Opinión

Pena de las gordas

Me habría encantado estar en Madrid para no ir a la manifestación de hoy. De haber estado -quizá sea el motivo que ha confirmado mi ausencia-, tendría que haber desnudado mi pie derecho ante mi podóloga Sara con el fin de someterme a la reducción de un doloroso callo que ha instalado su hogar en un lateral de mi dedo meñique. En mis actuales condiciones no puedo manifestarme. Lo podría hacer, a duras penas, en zapatillas, pero jamás claudicaré en ese aspecto. Como dijo Sir Ferdinand Abercrombie- Weffing, «los zapatos de un hombre que se precie de serlo no tienen que ser cómodos. La comodidad es patrimonio de la ordinariez, como el chándal».

Para colmo, el callo que me tortura no es consecuencia de un contratiempo durante una acción humanitaria o solidaria, como dicen los cursis. La lesión se produjo cuando cazaba en Gredos un macho montés invitado por mi gran amigo Eduardo Sánchez Junco, hace un decenio. Después de cuatro horas de ascensión por las gargantas gredianas sobre el ancho lomo de un caballo melancólico, apareció mi esplendoroso macho. Y al descabalgar, olvidé que la silla era vaquera, o lo que es igual, con alto respaldo. Al pasar la pierna derecha sobre la silla, tropecé y caí, rompiéndome el cuerno del menisco de la rodilla diestra. Cambié mi manera de andar, y cada dos meses paso por mi podóloga para aliviar mi callo. De reconocer el origen de mi daño, es decir, de hacer público que fue la actividad cinegética la que me produjo la anomalía, es muy probable que me hubiera visto insultado y vejado por los manifestantes, más aún cuando es sabida mi predilección por la literatura, la pintura, el dibujo y la poesía que la tauromaquia ha inspirado a la genialidad creadora universal. Que soy aficionado a los Toros, en una palabra. Y con zapatillas se puede intentar salvar el pellejo mediante ágil huída, pero no con zapatos abotinados, tan elegantes como dolorosos, de Jason&Grover. De ahí mi renuncia a manifestarme en esa bobada de manifestación convocada para hoy, que se saldará – me apuesto 50 euros si hay quién acepte mi reto–, con una veintena de infectados por el coronavirus. Porque sólo el poder del feminismo radical y profesional sobrevuela las lógicas precauciones adoptadas hasta hoy en lo concerniente al dichoso y puñetero virus oriental que está invadiendo Europa. El feminismo no inmuniza, ni previene ni libera del riesgo del contagio.

Y menos aún, si se emiten mensajes y pareados sin guardar el metro de distancia que los epidemiólogos han establecido como distancia mínima entre los seres humanos para evitar el principio de la infección. Se clausuran colegios, plantas de hospitales y espectáculos deportivos, y se tolera una concentración humana sin ningún tipo de restricción o cautela.

Un nuevo motivo para no acudir a la manifestación feminista a la que, sinceramente, jamás hubiera asistido de no existir riesgo o dolor físico, porque no hay nada que más me aburra que una manifestación, sea justa o injusta, conveniente o inconveniente, deseable o indeseable , monocolor o variopinta. Como escribió el poeta epigramático Pedro de Faguás y Sandoval, «toda manifestación/ es un rollo y un tostón».

No deseo ser hiriente, pero a la manifestación que hoy se ha convocado en Madrid por los colectivos feministas y casi todos los partidos políticos, no habrían acudido, de poder hacerlo, ni Clara Campoamor, ni la doctora Marie Curie, ni Rosalía de Castro, ni Agustina de Aragón, ni María de Molina. No se trata de una opinión documentada, sino de un juicio de valor. De coincidir la fecha con una estancia en Madrid, es posible que se hubiese presentado para hacerse la foto Hillary Clinton, pero no es el caso. Por otra parte, esta manifestación puede terminar a tortas entre las feministas de la vicepresidente egabrense y las feministas de la ministra Impuesta por el Amor. Y ya se sabe cómo terminan esas trifulcas. Empiezan a gritarse entre ellas, y al final se unen para perseguir y tirar de los pelos a los tontos de los partidos conservadores que se presentan allí para someter sus complejos de inferioridad a la autoridad de la furia.

El que firma, como hombre, no reivindicaría nunca la igualdad entre el hombre y la mujer porque tiene muy aprendido desde niño que la mujer es infinitamente más inteligente, trabajadora, tenaz y valiosa que el hombre, aunque las excepciones confirmen la regla. Todavía existen mujeres que sin la ayuda de sus hombres no habrían conseguido medrar con tan escasos méritos, y no señalo a nadie porque mi respeto por el amor es de abisales profundidades.

El hecho es que no puedo asistir a la manifestación a la que jamás hubiera asistido. Me queda como única recomendación, que adopten las debidas precauciones, que el coronavirus no es una broma