Opinión

Confusa risa

Me interesan sobremanera las personas que se comportan a espaldas de las normas establecidas y dicen lo que se les pasa por la cabeza y actúan con naturalidad y sinceridad ajenas a la hipocresía social. No estamos acostumbrados al surrealismo oral, que no es otra cosa que la expulsión de la prudencia y la hipocresía en los comportamientos sociales.

He asistido, durante mi vida, a centenares de funerales. Muchas veces para rezar por el alma del difunto, y otras tantas para quedar bien con la familia del fallecido. Funerales oficiados por el alma de muy buenas personas, y en la segunda opción, por el alma de gente malísima, antipática, avariciosa y de mucha tontería. Pues bien. Nunca me he topado con un sacerdote sincero, que al recordar en la homilía al muerto de vida poco ejemplar se atreviera a recordar sus defectos en lugar de inventarse sus virtudes. «Rezad por él, queridos hermanos, porque su alma lo necesita para escapar de las llamas del infierno». Los entrenadores de fútbol viven inmersos en los dulces tópicos y lugares comunes. –¿Por qué no cuenta usted con Protowosky?–; –sinceramente, porque es un petardo, y lo fichó el presidente del club para repartirse la comisión con el presidente del club vendedor–. Se convertiría en un héroe del deporte quien de esa manera respondiera a la pregunta del periodista. Las notas de despedida de los políticos cesantes causan estupor: «Hoy nos deja por motivos personales un gran gobernante y servidor de sus compatriotas». Y la gente se pregunta. –¿Por qué nos deja un gran gobernante y servidor de sus compatriotas? ¿Qué motivos personales le inducen a abandonarnos?–. Esas cuestiones no se formularían si el comunicado hubiera resumido la realidad: –El Presidente del Gobierno ha decidido prescindir del ministro Moralón Conejo, por tres razones. Porque es un vago, porque es un inepto, y porque ha intentado llevarse la caja fuerte a su casa–. Las palabras sinceras, según las normas sociales establecidas por la hipocresía social, producen estupor, cuando en realidad merecen la gratitud y el reconocimiento. «El puente sobre el río Swanson, proyectado y por el gran ingeniero español Moralón Conejo –¡Caray con la familia!–, se ha derrumbado dos días después de su inauguración. La catástrofe se ha producido por una serie de coincidencias negativas técnicas agravadas por las violentas ráfagas de viento que soplaron por aquella zona». La culpa abruma la responsabilidad de la serie de coincidencias negativas técnicas y los fuertes golpes de viento. Mejor habrían quedado las autoridades si hubiesen redactado la información de otra manera: «El puente sobre río Swanson, proyectado por el eminente ingeniero español Moralón Conejo, se ha derrumbado apenas dos días después de su inauguración, porque Moralón Conejo lo proyectó con el culo». Y el río Swanson agradecería ese alarde de sinceridad.

Como el ministro de Sanidad, señor Illa, está ocupado en demostrar que Cataluña es una nación, su delegado en la portavocía del Coronavirus, tiene que comparecer diariamente en diferentes ocasiones para informarnos de que la cosa no va tan bien como quisiéramos. Incluso, invita y anima a su hijo a asistir a manifestaciones. Pero lo más sorprendente, y lo escribo en tono de halago y no de crítica adversa, es que de cuando en cuando, al informar de los nuevos fallecidos, le da la risa en sus ruedas de prensa.

A mí, y lamento reconocerlo como una rareza individual, un señor que se deja llevar por la hilaridad cuando relaciona fallecimientos por el Coronavirus, me cae bien. En España, la muerte está excesivamente llorada por los folclóricos y las folclóricas, y se llora por cualquier tontería. No es necesario adoptar un semblante de sobreactuado dolor cuando hay que referirse a fallecimientos de personas que no forman parte del círculo de amistades y cercanía familiar. Recuérdese la imagen trágica de la conocida presentadora del Telediario de TVE, cuando en los minutos dedicados a los deportes, resignó el tono de su voz y con lágrimas a punto de cauce en sus ojos, dio curso a la siguiente noticia: «Ha fallecido repentinamente en Kyoto, donde residía, el tenista japonés Mitosuko Watanabe». Y toda España se estremeció. Recuerdo que, para superar la tristeza, bajé al bar Saint Cyr, que se ubicaba en Velázquez esquina con Ayala, para mitigar mi pena. Y que el «barman», mientras me escanciaba la cerveza, me confirmó la noticia. «Ha fallecido Mitosuko Watanabe». Lógicamente nos abrazamos emocionados hasta que un cliente de barra preguntó: «¿Y quién coños era ése Mitosuko Watanabe?». Y lógicamente, no entró la risa.

No obstante, sería conveniente que el portavoz oficial del ministro de Sanidad que se ocupa de reivindicar que Cataluña es una nación, intentara contenerse la risa de ahora en adelante. Porque, al paso que lleva el virus chino en España, el humor bonachón y campechano del portavoz quizá se considere inadecuado. Aunque sea consecuencia de la libertad contra la norma social.