Opinión
Pilar
Mi mujer se llama Pilar, Pili en familia. No es tan valiosa, ni tan inteligente, ni tan feminista como Begoña Gómez o Irene Montero. O quizá, su problema es que yo, su marido, no soy tan influyente como Pedro Sánchez o Pablo Iglesias. Mi mujer se acaba de jubilar, después de cuarenta y cinco años trabajando para sus enfermos. Los últimos treinta años, animando, alegrando y dando esperanzas mientras les aplicaba la quimioterapia a los pacientes del Hospital de Día de la Clínica La Luz. Miles de tratamientos a sus espaldas. Pero no es tan valiosa como Begoña Gómez o Irene Montero porque yo no he logrado que sea mejor tratada que el resto de las centenares de mujeres que se dedican a hacer el bien cuidando a los que sufren. Pili no tenía horario. Lo tenía para entrar en su trabajo, pero no para salir del hospital. Llegaba siempre a las 7.30 de la mañana, con media hora de antelación, para preparar las quimioterapias. Y volvía a casa, cuando su último paciente había cumplido con su tratamiento. Les ponía música, les recomendaba lecturas, les alegraba el alma, porque el ánimo es tan importante para la salud como el cuerpo. Pero no vale lo mismo que Begoña Gómez o Irene Montero, y no comparte con ellas su interpretación del feminismo. Es feminista, pero no se lo reconocen porque no se siente identificada ni con el socialismo ni con el comunismo, ni con la eutanasia, ni con el aborto. Se ha dedicado a la vida de los demás, no a la muerte del prójimo. Y es creyente. Por eso no ha tenido la suerte de encontrar una empresa que le pague 7.000 euros cada mes por no hacer absolutamente nada ni una cartera ministerial por exigencia de su marido, o compañero, o lo que sea, siendo lo más inmediato a una ignorante universal. La culpa es mía. No he sabido promocionarla, entre otros motivos porque ella no habría aceptado jamás semejante prueba de sometimiento.
No hay día que no me encuentre en la calle con personas que me reconozcan por el agradecimiento que sienten hacia ella. Después de 45 años dedicada a la salud de sus enfermos, puede darse por satisfecha. Percibe todos los meses el importe de su jubilación, algo más de 1.000 euros. El problema de mi mujer es que no tiene excesivos conocimientos de África, y quizá por ello, no ha podido acceder al Instituto de Empresa, como Begoña, que está dejando una estela de eficacia y sabiduría en su despacho de muy complicada superación. Y su otro problema, es que yo no soy nada, excepto un escritor que intenta seguir siéndolo todos los días. Si yo fuera un exuberante político e influyente machirulo, sería ministra de Igualdad, a pesar de que en los textos de sus informes, reflexiones y meditaciones, no comete faltas de ortografía. He llegado a la conclusión de que el gran obstáculo, el problema para mi mujer, soy yo. Entiendo que el Instituto de Empresa no le haya ofrecido el cargo que le ha regalado a Begoña Gómez. Pili, de África, sabe poco. No obstante, muchas personas que trabajan en el IE me han comentado que Begoña Gómez, sinceramente, de África no sabe ni flus, y que intuyen que el puestazo que le han asignado responde a otra suerte de intereses. Y también entiendo que Pedro Sánchez no haya pensado en ella para enchufarla, por méritos de pareja, en el ministerio de Igualdad. A Pili no le interesa la igualdad, sino la superioridad de la entrega de un ser humano en beneficio del bienestar del prójimo. Y para colmo, es creyente y practicante. No comprende que la igualdad sea una obligación, sino la consecuencia del trabajo, los estudios y la disposición a ser mejor que los demás. Ella no se considera mejor que nadie, pero ha estudiado, trabajado y se ha dispuesto siempre, sin límites, para que sus pacientes sean igualmente tratados, queridos y muchos de ellos, sanados.
Si ella hubiese sabido que yo estaba detrás de sus limitados ascensos profesionales, habría renunciado a ellos inmediatamente. Y lo habría hecho por respeto y consideración a sus compañeras de trabajo. Por fortuna, nada he tenido que ver en su larga y rica experiencia de ATS especializada en tratamientos de Oncología, si bien previamente, obtuvo con sobresaliente su graduación en Pediatría y Cardiología. Gracias a ello percibe algo más de 1.000 euros cada mes, que la gente se engaña y cree que la Seguridad Social regala sus prestaciones a quienes han trabajado 45 años sin un fallo, ni una renuncia ni un solo día de ausencia. Entiendo que 1.000 euros es mucho dinero, pero considero que se los ha ganado con creces sirviendo a sus semejantes.
La culpa la tengo yo, que no he sabido encontrar para ella el chollo de África o el ministerio de Igualdad. Mi debilidad en la influencia es manifiesta, y más lo va a ser a partir de ahora, con tantas nubes en el horizonte de la avaricia. En fin, que si algún día tiene Pili que renunciar a sus 1.000 euros después de trabajar 45 años para que Begoña o Inés se los repartan en sus respectivos y meritorios trabajos, lo hará feliz y sonriente.
Todo menos desmontar la normalidad de la Casta.
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