Opinión
Gran gestión canina
Cuando lo del ébola, dos misioneros españoles enfermos fueron repatriados por sendas tripulaciones del Ejército del Aire, que se jugaron la vida para que aquellos héroes pudieran morir en España. Sabían que su mal era irreversible y aguantaron en sus misiones, atendiendo a los moribundos, hasta que la cruel enfermedad los devoró. Dos aviones equipados convenientemente, los repatriaron, y alguna voz malvada y estúpida criticó la decisión del Gobierno de gastar el dinero público y poner en riesgo las vidas de nuestros militares del Aire en dos casos que no tenían solución. Y surgió Teresa. Una enfermera que reconoció posteriormente no haber cumplido estrictamente con los protocolos, que enfermó, y después de dos angustiosos meses salvó la vida. Le salvaron la vida los auténticos héroes del suceso, el equipo médico que atendió con exclusividad a la imprudente sanitaria. Pero se convirtió en la heroína, cuando los héroes fueron los que alcanzaron el milagro de sanarla. Pedro Sánchez exigió la dimisión de Rajoy. Para colmo, el Ministerio de Sanidad ordenó que el perro de la enfermera y su marido –creo recordar que se apellidaba Limón (el marido, no el perro)–, fuera sacrificado como presumible transmisor de la enfermedad. Y se armó la marimorena con lo del perro. Los animalistas se enfurecieron, cuando la medida no tenía otro objetivo que la prevención.
El resultado del ébola en España se resumió de esta guisa. Dos misioneros contagiados en África que fueron traídos a España para morir. Una contagiada por incumplir los protocolos sanitarios que, a Dios gracias, sanó. Un perro muerto. Lo del perro fue demasiado. Y la izquierda política y mediática se propuso acabar con Rajoy. Sánchez se manifestó indignado. Lo del perro fue muy gordo.
Con el coronavirus el Gobierno de Sánchez no ha actuado hasta que se celebrara la manifestación del ultrafeminismo. Se cerraban escuelas, plantas de hospitales y se prohibían competiciones deportivas durante las semanas de «contención de la epidemia». De contención nada. Permitir las manifestaciones feministas convocadas por Podemos –ellos son los que mandan–, en España, no determina una política de «contención». Superado el día de las chicas sulfuradas, el Gobierno ha reconocido que el coronavirus ofrece unos números de contagiados y fallecidos en nuestra nación más que inquietantes. Pero nadie ha pedido la dimisión de Sánchez. Probablemente, porque no ha muerto ningún perro, o gato, o loro de compañía. En ese aspecto, el Gobierno social-comunista ha dado un ejemplo de espectacular eficacia. Aquel mensaje colgado en las redes por una necia periodista exigiendo la dimisión de Rajoy y de la ministra de Sanidad por haber impedido el fallecimiento de la única española contagiada en España por el ébola, no se ha repetido en la presente ocasión a pesar de las gravísimas circunstancias. Y lo que ha hecho Sánchez, no ha sido otra cosa que seguir la corriente de las decisiones adoptadas por la Comunidad de Madrid, presidida por Isabel Ayuso, que no ha esperado el fin de la manifestación feminista para cerrar durante quince días los colegios, las guarderías y las universidades de Madrid. El coronavirus es un virus, como su denominación indica, pero también el cúmulo de necedades e indolencias ideológicas de un Gobierno socialista dominado por el comunismo extremo de los recalcitrantes del odio y la incultura. Después de su inacción e ineficacia, Sánchez ha decidido, ya calladas las voces, los pareados y los bailecitos de la manifestación –y aplacados los insultos a las mujeres de Ciudadanos, como Begoña Villacís, que se presentaron a la turba por ser mujeres con derecho a manifestarse y fueron expulsadas a empujones, golpes y desaires–, el Gobierno reconoce que los contagios se han triplicado, que los fallecimientos se van a triplicar, y que hay que adoptar medidas. Un Gobierno previsor. Eso sí, en lo que se refiere a mascotas, la competencia gubernamental ha constituído un éxito. Ningún perro ha sido sacrificado, y ello concede a Sánchez, a los podemitas y a las convocantes de las manifestaciones, el crédito que su bondad y eficacia merecen. Por otra parte, Echenique ha dicho que todo está controlado. No tenemos nada que temer.
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