Opinión

La luz del cónclave

Estamos en cónclave. Con la llave. Unos peor que otros. En mi casa me esperan cinco mil volúmenes. Y todavía guardo cajas en el sótano con libros de la mudanza. Leo, oigo música y ordeno mis archivos. Y como siempre, me topo de repente con un documento que creía perdido o un libro olvidado, o una música que tanto significó en mis ayeres. Hasta el momento, después de doce días de cónclave, el tiempo se me ha pasado volando. Se empieza a ver la primavera. Aquel dibujo de Antonio Mingote del español sombrón indignado por la llegada de la estación del renuevo y las flores. –¡Primavera, primavera, todos los años con la misma lata!–. Leo con entusiasmo mis extraviados volúmenes de humor perdido. «El Libro de Jomeini», «De su Alma y su Pluma» y «Bizkaya (sic) por su Independencia» del ingenioso escritor vasco Sabino Arana, «Inferioridad de la Raza Catalana» de J. Caballé, y «Traigan los Caballos Vacíos» (Bring on the Empty Horses) de David Niven, este último escrito con extraordinario talento y humor voluntario. Nos retrata el viejo Hollywood, y con la toda la ironía y medida posible, nos lo retrata como lo que era. Un luminoso y multicolor retrete. Que así le dijo Groucho cuando Niven se interesó por su opinión acerca de la película «Sansón y Dalila»: «No puedes esperar que el público se interese por una película en la que las tetas del protagonista, Victor Mature, son más grandes que las de la primera actriz, Hedy Lamarr». Con Niven actor se perdió un fabuloso escritor wodehousiano, porque su primera obra «La Aventura de Mi Vida», donde narra su triste infancia y su ingreso en la Academia Militar de Sandhurst nada tiene que envidiar a las novelas del maravilloso Pelhan Grenville Wodehouse, el más grande de todos los grandes. Con los libros de Arana y Jomeini tienes que sonreir como consecuencia de su imbecilidad, y con los de Niven por su talento. Y joya literaria de muy complicada superación es la «La Vida de Jesús en Verso», escrita al alimón por Carulla y Méndez. Principia de este modo: «Nuestro Señor Jesucristo/ nació en un pesebre./ ¡Donde menos se espera/ salta la liebre!».

Leo, escribo, consulto y oigo música en mi despacho. Tuve un perro labrador de capa negra «Sem», al que quise llamar en homenaje al por entonces Obispo de San Sebastián «Setién», pero mi mujer corrigió mi intención irreverente, que oía música a mis pies. Se adormilaba con Brahms, se interesaba por Beethowen y Mozart, se alegraba con los Strauss, y ladraba y me miraba indignado cuando, por gastarle una broma, ponia en alto volumen la inmortal canción «¿Qué pasa en el Congo?», que no era de su gusto. Ayer la recordé y tengo que reconocer que «Sem» fue un perro muy sabio. «¿Qué pasa en el Congo, qué pasa en el Congo?/ Que a blanco que pillan lo hacen mondongo./ Katanga, Lumumba, Lumumba, Katanga/ ¡menuda mandanga! la que se montó». Y seguía a peor.

Paseo por el jardín, que ya empieza a estallar. No me gustan los gatos, pero hay uno, muy educado, que me resuelve los problemas como si fuera un implacable raticida. Cuando salgo, se retira, y retorna a su lugar de observación al comprobar que me adentro en el interior de mi casa. Mi casa norteña no tiene nombre, pero mis amigos madridistas la bautizaron como «El Talismán». Aquí venían a ver los grandes partidos del Real Madrid de la Liga de Campeones, y siempre ganábamos. Alterno la ducha con el baño. Lunes, miércoles, viernes y domingo, ducha. Canto bien bajo el chorro de agua. Y martes, jueves y sábados, baño, con patito de goma, como mi marqués de Sotoancho, y esponja de espuma para sentarme sobre ella y recibir el masaje de mil pompitas de aire. Les recomiendo ésta sana manera de higienizarse durante las semanas de encierro. Tome con la mano derecha la esponja. Espachúrrela fuera del agua, con el fin de que por sus poros entre el aire a raudales. Y con rápidez, procediendo a un movimiento muelle, introdúzcala en el agua y ubíquela a modo de asiento bajo su culo.

Al presionar su trasero sobre su superficie, emergerán miles de pompitas que le harán un multimasaje cosquilleante por todo el cuerpo. Y puede repetir la operación cuantas veces sean por su necesidad y agrado. Como decía Tip, son gratuítas y no piden pan.

Y eso sí. No me pierdo un discurso de nuestro presidente del Gobierno. ¡Qué dicción, que tono, qué originalidad, qué manera de decirnos lo que se desvive por nosotros! ¡Cómo nos miente! Lo mejor, en sus últimas apariciones, el gesto de dolor y preocupación que le obliga Iván Redondo a mostrar para que sus periodistas asalariados escriban y hablen de sus valores humanos. Eso no me lo pierdo. Son los momentos de más clara luz que iluminan mi cónclave. Y como tiene todo cerrado, Parlamento incluído, el Golpe de Estado está en sus manos y en las de sus socios, los que nos han infectado a los españoles sabiendo que lo hacían. Pero, ¡qué preciosidad, qué monada de presidente tenemos!