Opinión
«It’s now or never»
El 29 de octubre de 1929 se conoce como el martes negro porque ese día se desplomó la Bolsa de Nueva York y empezó la Gran Depresión. Cuando en junio de 1930, una delegación empresarial pidió al presidente Hoover que hiciese algo para remediar la situación, su respuesta fue: «Llegan ustedes con sesenta días de retraso. La depresión ha terminado». Ya sabemos lo que pasó después. No me gustaría que a nosotros nos pasase lo mismo.
El 3 de abril bien pudiera ser nuestro jueves negro, porque ese día rebasamos la cifra de diez mil muertos y supimos que habíamos perdido en tan solo dos semanas novecientos mil empleos; los mismos que perdimos en cien días en la crisis financiera. El Gobierno ha aprobado medidas para mantener empresas y puestos de trabajo y sostener la actividad económica hasta que lleguen mejores tiempos. Pero su margen de maniobra, endeudado como está hasta las cejas, es muy pequeño: no puede subir impuestos porque eso ahondaría la depresión y tampoco puede pedir prestado todo el dinero que necesita porque eso nos abocaría a una crisis de deuda que complicaría aun más la situación. Su suerte depende de la Unión Europea.
¿Qué han hecho hasta la fecha las instituciones europeas? El Banco Central Europeo cometió la torpeza de decir que no era su misión lidiar con la crisis. Las bolsas cayeron y las famosas primas de riesgo empezaron a dispararse otra vez. Rectificó días después anunciando un Programa de Compras de Emergencia Pandémica (PEPP) cifrado en 750.000 millones de euros que no ha calmado a los mercados porque en esta crisis la política monetaria viaja en el asiento de atrás. La Comisión, por su parte, no ha hecho demasiadas cosas porque el presupuesto comunitario es exiguo y está dando sus últimas bocanadas. El Banco Europeo de Inversiones (BEI) también ha ofrecido apoyar a los estados miembros, pero sus recursos son también limitados. Hasta ahora el más decidido ha sido Klaus Regling, el director del Mecanismo Económico de Estabilidad (MEDE), que ha anunciado que tiene 410.000 millones disponibles; una cifra importante pero insuficiente para remediar los daños causados por la pandemia y muy lejos de los 2 billones de dólares que Trump ha puesto encima de la mesa.
El Consejo Europeo hasta ahora no ha podido llegar a ningún acuerdo y ha encargado al Consejo de Asuntos Económicos y Financieros (ECOFIN) un plan para salir del atolladero. Parece que el ECOFIN se inclina por recoger el guante lanzado por Regling y habilitar al MEDE para que conceda préstamos a los estados que lo soliciten con solo dos condiciones: la afectación de los recursos obtenidos a los gastos de salud y ayudas de emergencia y el compromiso de que harán buena letra para poder devolver los prestamos (sostenibilidad de las finanzas públicas). Este Plan de Emergencia puede ayudarnos a salir del paso si de verdad nos olvidamos de los hombres de negro, pero no bastará para reflotar la economía europea que saldrá muy dañada de esta crisis.
Para eso se requiere un auténtico Plan de Recuperación, un nuevo plan Marshall, con dos ejes: anticipar las inversiones (green deal y agenda digital) previsto en el Marco Financiero Plurianual (MFP) y lanzar un bono europeo (eurobono) que podría revestir dos formas: la de un eurobono garantizado por todos los países de la zona euro, o bien un bono paneuropeo (Euro Safe Asset or Recovery Bond) respaldado por un presupuesto de la Unión al que se le asignarían nuevos recursos propios como: la tasa digital; el impuesto sobre transacciones financieras; el carbontax y los derechos de emisión. «Este bono paneuropeo sería respaldado por el BCE y, en consecuencia, no agravaría el endeudamiento de ninguno de los países miembros. Además, supondría una oportunidad de muy bajo riesgo para los inversores institucionales de todo el mundo que permitiría bombear mucho dinero para ayudar a recuperar la economía europea» (Guy Verhofstadt, Only EU solidarity can avert economic disater).
Para anticiparme a las críticas de alemanes, holandeses y demás compañeros mártires quiero subrayar que no se puede hablar aquí de riesgo moral, es decir, del peligro que supone que los países pródigos dilapiden los ahorros de los virtuosos porque hoy estamos ante una pandemia que nos va a tocar a todos y porque, además, los sacrificios de los más afectados, Italia y España, han servido a los demás para ganar tiempo y prepararse mejor.
Concluyo con un verso de Mario Benedetti: «Cuando la tormenta pase/ te pido Dios, apenado,/ que nos devuelva mejores, / como nos habías soñado.» Esta pandemia nos coge en un momento muy delicado: después de dos crisis (la financiera y la de los refugiados) que hemos resuelto mal, con un Reino Unido en la puerta de salida y con los chinos y los rusos sacando pecho. Y estamos ante un desafío existencial. La respuesta no es menos Europa sino más Europa. Y eso pasa por asumir que la solidaridad es el pedestal sobre el que reposa el mercado interior. Sin solidaridad la Unión Europea pasaría a ser un área de libre comercio sin alma política. Como en la vieja canción de Elvis Presley, «It’s now or never».
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