Televisión
No hay amor en la isla del encefalograma plano
Siento que pierdo neuronas cada minuto del programa pero no puedo apartar la vista
Me acuerdo de cuando tenía 20 años. Joder, que tampoco ha pasado tanto tiempo, pero me acuerdo y me avergüenzo de un sinnúmero de cosas que he hecho y dicho. Sí, me vestía como un idiota, me peinaba como un idiota y hasta caminaba como un idiota. Bueno, lo de vestirme tampoco ha cambiado tanto. Me he comprado una riñonera superpráctica que me encanta porque tiene unos bolsillos que... Perdón, al grano. Lo que quiero es pedir disculpas por la vergüenza ajena a todos los testigos de una vez por todas. Es una necesidad que he tenido muy fuerte al ver «La isla de las tentaciones».
Si no han visto el programa, no se molesten. No se les ocurra verlo y abandonen inmediatamente esta columna. Este diario está lleno de artículos mejores sobre temas más interesantes. O si ya han llegado al final porque son de esos, sigan con sus vidas plenas y recíclenme en el contenedor más cercano. Si continúan, bajo su responsabilidad, les diré que el programa es una de esas formas de abyección televisiva que consiste en tomar cinco parejas, no especialmente doctorandos ni personas aficionadas a la lectura pero seleccionadas en un casting por virtudes que se nos ocultan, y separar a sus integrantes con diez personas del sexo opuesto. El objetivo, tachán, es «probar la fortaleza de la pareja», vamos, resistir con los genitales a cubierto, una verdadera proeza. Sobre todo teniendo en cuenta que los «tentadores», con sus cejas depiladas, les dicen a ellas 15 segundos después de empezar la conversación cosas tan seductoras como: «veo unos buenos valores en tus ojos». Ver. Valores. En los ojos. Ni que fueran Obi Wan Kenobi. Pero lo más desolador no es que tamaño ejercicio lírico sea más que suficiente para conseguir sus propósitos, sino asistir a cómo conciben todas las parejas participantes sus relaciones sentimentales como una especie de juego de dominación y falta de confianza, y comprobar cómo todo lo que saben o creen saber del amor es un inmenso error.
Siento que pierdo neuronas cada minuto del programa pero no puedo apartar la vista. ¿Qué extraña fuerza oscura me mantiene no solo perplejo, sino abducido ante el espectáculo? A falta de psicólogos en la sala, me voy a autodiagnosticar, que está de moda en 2020. Creo que miro el programa como si fuera un documental de naturaleza que ajusta mi biorritmo mental al suyo, muy cerca del encefalograma plano. Me hace falta, a veces, eso. Pero no les hablaba de mí al principio para hacerme notar, sino porque creo que, por muchos errores que cometas cuando piensas que sabes de qué va la vida, el peor nunca es llevar un peinado ridículo sino quedarte en un australopitecus emocional.
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