Pablo Iglesias

Los de Iglesias creen urgente la Tercera República Federal Española

«Barbaridades entre las que no está lo de azotar hasta sangrar a una mujer»

Siempre me ha parecido un abuso utilizar al público en los espectáculos para reírse de él. Eso de levantar a alguien de su butaca, subirle al escenario y, en nombre de la participación o la cercanía a los espectadores, someterle a público escarnio, se me antoja una burda patraña de artistas sin ideas. Actores insolventes.

Algunas estrategias políticas se parecen mucho a eso. Ante la carencia de ideas, propuestas o capacidad de gestión real, se busca algo sobre lo que centrar la atención y las burlas del público en general y así disfrazar los vacíos. Las burlas o, en política es más frecuente, las iras entretienen al personal y éste no va más allá, o cree el mediocre que no lo hace.

Podemos, cuyo máximo logro en la gestión de la cosa pública ha sido la puesta en marcha de un Ingreso Mínimo Vital que no llega ni de lejos a quienes lo necesitan, o propiciar el ascenso de asesores todo a cien que cobran un pastizal, es muy de utilizar esa estrategia. Buscar un bufón o un enemigo, un escarnio o un peligro, para así concitar la atención general sobre algo que no son ellos ni su insolvencia. En tiempos en que este país se consume entre el miedo a la enfermedad y la certeza de una economía que empobrece a cientos de miles de familias, los de Iglesias creen urgente la Tercera República Federal Española en alianza con quienes suspiran también por ella, pero no como objetivo, sino como etapa que enerve la estructura del estado fuera del cual buscan crear sus repúblicas independientes. En un momento de necesidad urgente de tolerancia y criterio, aplican sobre las instituciones que desconocen la misma política de intolerancia que acusan de desplegar a la oposición.

Hay ruido de sables cuando un grupo de generalotes lenguaraces y golpistas dicen barbaridades en un chat. Barbaridades entre las que no está lo de azotar hasta sangrar a una mujer, porque esa ya tiene dueño. Pero barbaridades sin más recorrido que la ofensa general. Y hay ruido de togas cuando los tribunales deciden, con la ley en la mano, criterios jurídicos no desmentidos por los acusadores, y en un proceso que iniciaron los propios afectados, repetir un juicio que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos consideró falto de garantías.

Contra algo, a ser posible poder oculto y oscuro, vivimos mejor que a favor de un compromiso social ante el que no tenemos ideas ni hemos buscado herramientas.

Se siguen tirando piedras al estanque pretendiendo que el personal mire las ondas en el agua en vez de seguir el destino del canto, porque se lanzaron sin saber cómo ni donde; se sigue sacando alguien del público para provocar el escarnio o meterle miedo porque no hay una propuesta precisa, convincente y, desde luego, ilusionante.

Son políticos sin ideas, artistas sin capacidad de crear ni, desde luego, emocionar. Ilusionistas que han perdido el arma más eficaz, precisa e incuestionable que tuvo en su día la izquierda española, la capacidad de ilusionar.

No queda nada, solo mediocridad. Actores insolventes.