Política

Los troyanos

Lo llaman «cabezón», pero me da que es de los que no se va a dar por aludido ni enmendar el comportamiento

Pablo Iglesias. Para qué quieres enemigos si tienes amigos como él, ¿verdad? Me recuerda a los tiempos del colegio, a esos chicos que al final del partido no sabías si formaban parte de tu defensa o eran un delantero adicional del equipo contrario. El jugador número doce de los que tenías delante. O a esos chavales, ¿se acuerdan?, con los que te tocaba jugar en el recreo, que incluso eran buenos tipos, pero que de antemano sabías que con ellos no tenías ninguna posibilidad de ganar. Siempre ha resultado muy difícil poner el marcador de tu lado con muchachos que sostienen que las victorias se obtienen metiendo goles en propia puerta. Casi tan duro como tener que explicarles después que no tienen regatear a su portero, sino a los que visten una camiseta diferente a la que lleva él. Por eso debemos comprender al PSOE. Y su paciencia. Imagino a sus líderes, asesores o lo que maldita sea que tengan y pienso en esos entrenadores de fútbol que tienen que alinear a una estrella fondona porque vende camisetas, aunque que ya sea incapaz de meter un gol.

Pablo Casado no debería hacer oposición. O su posición debería consistir en quedarse sentado y contemplar el espectáculo. Le saldría mejor y disfrutaría más. Lo que tiene en la bancada de delante no es una suma de partidos. Es el Madrid de Mourinho, donde al final casi nadie se llevaba bien. Y más cuando al frente de la formación tienes a un chupón. Le pasas la pelota y se acabó, hasta donde llegue, le pare el árbitro o lo derriben los contrarios. Así no hay manera de llegar a la final de la Champions League. La peña ya no admira la política por lo que pueda ofertar, sino por los desencuentros que se sostienen en ella. En el caso del pesoe y Pablo Iglesias es como asistir a un boxeador intentando noquearse a sí mismo sobre el cuadrilátero. Está entre el delirio, el esperpento y lo desconcertante. Es igual que esas series que son malas, inverosímiles y patéticas, pero de las que no puedes apartar la mirada. Y no damos nombres para evitar ofender a públicos sensibles.

Pablo Iglesias quiere hacer más partido a costa de sus aliados, que es como desembarcar en la playa Omaha después de haber pasado el plan de los yanquis a los alemanes. Y ahí está el menda, haciendo contraespionaje consigo mismo. Lo llaman «cabezón», pero me da que es de los que no se va a dar por aludido ni enmendar el comportamiento. Seguirá a lo suyo. Los socialistas, faltaría, sostienen que luce el sol y que todo es de color de rosa. Echan balones fuera y aseguran que todos se llevan de maravilla, y que eso de María Jesús Montero es una alucinación colectiva o un poltergeist. Pero si fuera ellos me replantearía algunas cosas. No se puede ser troyano e invitar a cenar a Agamenón. Por lógica, algo va a salir mal.