Vox
Vox y la ruleta rusa
Allá donde va Abascal no faltan nuevos adeptos que salen a darle ánimos o a vitorearle
En Francia Marine Le Pen cobra impulso hasta el punto de que Macron ha tenido que escorarse a la derecha para impedir que el desangre de votos de la derecha clásica gala contagie al centroderecha.
A muchos no les preocupa el hecho de que la ultraderecha gane las elecciones presidenciales porque consideran que gobernar podría ser el final del Frente Nacional por mucho tiempo, como ha sido el final de Trump en EEUU.
Lo que olvidan es que Trump está reorganizando sus huestes porque quiere volver en el 2024, algo inédito en la historia moderna norteamericana pero que, sumado a la no tan amplia victoria de Biden en las elecciones, demuestra que no es tan sencillo liquidar a los populistas por zafios que puedan parecer.
Jugar a dar espacio a Vox para aniquilar al PP tiene muchos riesgos. A corto plazo, la operación siempre es rentable, Miterrand ganó rompiendo a la derecha francesa e impulsando a Le Pen padre, pero a largo plazo, se puede dañar la estructura democrática.
En política, una estrategia a largo plazo es un futurible prácticamente impredecible. Hay abundantes ejemplos en la historia, aunque no hay que irse demasiado lejos, el propio Pedro Sánchez no fue elegido líder de los socialistas para ser presidente del gobierno, sino para calentar el sitio a Susana Díaz que se equivocó, perdió aquél tren, perdió su oportunidad y también su estrella. Hoy Sánchez es presidente y la andaluza cuenta los días hasta su final político.
Casado se ha convertido en un actor secundario que no ha sido siquiera nominado a los Goya. En Cataluña el PP no ha logrado salvar los muebles y las encuestas de los últimos días apuntan a una subida de Vox que les sitúa a poco más de cuatro puntos de los populares.
Pero lo que inquieta no son solo los datos demoscópicos, sino la reacción de la gente. Allá donde va Abascal no faltan nuevos adeptos que salen a darle ánimos o a vitorearle. Eso no quiere decir que todo el mundo esté con ellos, sino que están muy movilizados, cuestión preocupante en sí misma.
El PP ha hecho un servicio de Estado durante muchos años conteniendo el voto de extrema derecha en un partido democrático. Ahora, Vox sube como la espuma y no solo con esos votos, sino con los de los decepcionados, los hastiados y los que culpabilizan al sistema.
Entre sus apoyos se aglutinan obreros manuales de zonas degradadas y desempleados, pero también capas medias, de la misma manera que lo hacen sectores no formados con titulados universitarios.
Fiarlo todo a que no son un partido de gobierno o que su radicalidad nunca será mayoritaria en un país como España es un terrible error. Que el PP sea un partido fuerte es tan deseable, en términos de normalidad democrática, como que el PSOE también lo sea, pero intentar sobrevivir causando la demolición de la alternativa es como jugar a la ruleta rusa con un revolver, a largo plazo te mata.
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