Opinión

El cuaderno de Chapu Apaolaza: Las cinco de la tarde en Burkina Faso

El periodismo es meterle al mundo los dedos en el agujero de las balas para poder creer que esto que vemos ha pasado

Son las cinco de la tarde en Burkina Faso. Las cinco en sombra de la tarde en todos los malditos relojes. Han asesinado a David Beriain y a Roberto Fraile mientras grababan un reportaje sobre la caza furtiva. Dicen que a la última bala no la escuchas llegar. A Beriain lo conocí mucho antes cuando andaba subido en un helicóptero de bomberos forestales rodando el documental ‘La vida en llamas’. Saltaban en quebradas en mitad de los incendios. Beriain me parecía un dios vikingo del fuego. Cuando volvió a Madrid, todavía apestaba a humo y si te fijabas bien, aún le volaban las pavesas por alrededor de los ojos como pequeños meteoritos.

Su productora se llama 93 metros, los que recorría su abuela desde su casa a la iglesia, el mundo del que no salió nunca. Él los recorrió todos. Viajó hasta los infiernos, bebió lava ardiente y le arrancó un pelo del rabo al demonio. Contó lo incontable. El periodismo es meterle al mundo los dedos en el agujero de las balas para poder creer que esto que vemos ha pasado. Se trata de lavar los calzoncillos en el lavabo del hotel y contrastar que uno está vivo: al acostarse por la noche y al despertarse por la mañana. Se trata de volver a casa y disimular la noche de insomnio y cuando en el desayuno del domingo se cruzan por la mirada los fotogramas del infierno. Se trata de olvidar el olor del fuego.

Después del segundo párrafo -abismo de cualquier texto-, algunos reporteros tomamos el olivo de las columnas y las tertulias para apreciar que “Sánchez esto o lo otro”. Ayer mandábamos una crónica tirados en una acera y de pronto aquí estamos, diciendo que a medio plazo hay que tener en cuenta algo, lo que sea.  Ahora somos yonkis de la adrenalina en la segunda fila del cole de las niñas. La mayor aventura ya consiste en acordarse de quitar la alarma por la noche al llegar al chalé adosado, no sea que suene la sirena, ladren los perros y despierten a todo el mundo. A nuestro lado siguen explotando las cosas, solo que ahora no hacen ruido.

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