Elecciones autonómicas
Es la emoción, estúpido
Juzga Alicia defecto tan común como difícil de aceptar eso tan repetido en los políticos de señalar en los demás las sombras o taras que ellos mismos poseen y alimentan. Es, además, un recurso bastante común sobre todo entre quienes, carentes de argumentos y propuestas, tiran de la entraña para tratar de sacar su beneficio.
Alicia ha escuchado en la radio una intervención pública del hoy todopoderoso Iván Redondo, cuando aún no era el ingeniero jefe de la sala de máquinas de propaganda de Moncloa. En ella, evoca aquella frase del asesor de Clinton, James Carville, que en la campaña del 92 enfocó la exitosa estrategia de quien luego sería presidente, anotando en un papel de obligada consulta la frase «es la economía, estúpido». Sostenía Redondo en ese encuentro, que luego ella descubre trasteando por las redes sociales, que en este tiempo de cambio, había que sustituir «economía» por emociones: «son las emociones, estúpido». Y para aportar más a su descubrimiento añadía que las tres principales eran miedo, rechazo y esperanza. «Primero me emociono, y luego pienso», explicaba por último. Piensa Alicia que tiene razón y que cualquier campaña comercial medianamente inteligente tiene que tener esos principios claros si quiere conseguir resultados. Pero le chirría el enfoque hacia la política , ¿también allí? ¿Es la ciencia del bien común una materia de compraventa como los coches, los embutidos o el cava? Evidentemente, para la actual generación de gobernantes sí.
Estamos en la época de las estrategias de marketing para hacer política. El impacto, el golpe de efecto, el fogonazo instantáneo que provoca reacción inmediata, prima sobre la convicción serena; llaman debate al cruce de improperios y propuestas a la descalificación del otro.
Bajo la premisa del valor fundamental de la emoción se entiende perfectamente esa forma de gobernar que consiste en convencer de que se hace más que en hacer. La hermosa y comprometida ciencia de procurar el bien común se diluye en ese magma posmoderno de lo superficial y limitado, de lo rápido y emocional que se sustancia impune en las redes sociales y alcanza ya casi todos los órdenes de relación social. Hemos terminado asimilando que el compromiso político es como la venta de detergente, pero cambiándole el argumentario al caballero Luque de Colón: «busque, compare y si encuentra algo mejor, no se preocupe, yo se lo doy también».
A la luz de esa banalización se explican, entiende Alicia mientras abre el ordenador para iniciar su jornada de teletrabajo, las constantes exhibiciones de carencias y contradicciones de las que impúdicamente hacen gala la mayor parte de los líderes políticos: si se trata de emocionar ¿qué importa la coherencia?, si el objetivo es golpear la entraña primero y bajo el efecto del impacto hacer pensar después ¿qué sentido tiene la razonada explicación? Porque es evidente que el viejo razonamiento de Redondo es lo que se ha asentado en la práctica política de los principales partidos.
Por eso Sánchez no tuvo problema en matrimoniar con quien le quitaría el sueño, por eso Iglesias dejó el Gobierno después de años de exigir formar parte de él, por eso el exvicepresidente que se quejó de los que aireaban las amenazas recibidas ha convertido el ventilar las suyas en eje de campaña. Por eso no hay pudor ni reserva a la hora de señalar en el adversario tus propios defectos o tus viejas contradicciones.
El nuevo tiempo ha avivado el viejo defecto bíblico de la paja en el ajeno frente a la viga en el propio que glosaba Cervantes en la hilarante escena de los consejos de un desesperado don Quijote a un Sancho que a falta de argumentos tiraba de ensartar un refrán tras otro. Hoy seguimos señalando las taras ajenas y, ya puestos en evocar el clásico, hemos sustituido los refranes ensartados por los lemas impactantes.
Antes de entrar en la página de su empresa, Alicia echa un rápido vistazo a lo que cuentan los periódicos digitales. Descubre entonces algo que le llama la atención. Es la noticia de un estudio sobre violencia en Cataluña que concluye que nueve de cada diez actos vandálicos, antisociales, violentos en nombre de la política, llevan la firma del independentismo. Nueve de cada diez. Y con la CUP como principal responsable.
Antes de abandonar la página y concentrarse en la tarea que le ocupará toda la mañana, Alicia trata de recordar en qué momento alguien ha pedido un cordón sanitario para los instigadores de esas violencias medidas, precisas, perfectamente identificadas y de consecuencias no menores para comerciantes y vecinos. No rebusca mucho porque conoce el final de su recorrido: ninguna. Las violencias sólo merecen reproche cuando tienen sello ajeno. Las amenazas siempre tienen su origen en los campos de cultivo de la ideología contraria, incluso aunque el adversario también las reciba.
No son tiempos para la razón. No es la política presente espacio para la explicación y la coherencia. Hay que tirar de la entraña y provocar la emoción antes que el pensamiento, vender el impacto antes que la idea. O, mejor, en vez de la idea.
Es la emoción, estúpido.
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