Sociedad

Y en cien años, (no) todos estaremos calvos

A partir de los cuarenta, puedes perder unas elecciones, una vicepresidencia, hasta una revolución, pero si te cortas la melena y sigues teniendo un pelazo, es que ya has triunfado

Cuando voy al taller, llego ya vencido y se me nota en la cara. Hay un momento en el que el mecánico comienza a explicarme lo que le pasa al coche y habla de líquidos o aceites mientras yo voy diciendo que sí con la cabeza, cada vez con menos convicción, hasta que el mecánico cuenta algo de la junta de la trócola y, aunque intento mantener la compostura y convencerle de que sí, claro, cómo no va a ser eso, es evidente que no tengo ni la más remota idea de lo que me está contando.

No disimulo lo suficiente y el mecánico, que ya empezaba a usar palabras que pueden ser en castellano, o puede que no, va cortando su monólogo ante ese muro de incomprensión.

Uno se defiende como puede en aquellos lugares en los que desconoce casi todo. Es como cuando vas al dentista porque el dolor de un diente no te deja vivir y mientras te explora la boca te explica que tienes la raíz incardinada en el maxilar frontal y tú haces como que sí, claro, cómo no va a ser eso, pero con la boca abierta y la baba cayendo, sólo dices: ajá.

Mi problema es que esa sensación de no saber de qué me hablan me sucede también en las peluquerías. Cuando el peluquero o la peluquera me pregunta cómo lo quiero, yo siempre respondo: «Corto, pero no muy corto», que es como si mi jefe me preguntase de qué va este artículo y yo le contestara: «De palabras, pero no muchas palabras» (lo que, por otra parte, no sería del todo falso). Así que le dejo hacer un rato, al peluquero (no a mi jefe), hasta que parece que ha terminado, es decir que me ha dejado corto, pero no muy corto (sea lo que sea eso) y me pone el espejo pequeño en la coronilla para que vea cómo me ha quedado por detrás.

A ver, como antes me he quitado las gafas, nunca veo nada cuando hacen eso.

Sin embargo, siempre digo: «Ajá».

La forma en la que te peinas, o de la que te vistes es una manera de identidad. Desde el que va despeinado hasta el que se pone un tupé que si lo ve Newton se replantearía la teoría de la gravedad a la que le llevó la manzana.

El problema de esa identidad es cuando empieza a escasear el pelo. La pérdida es, a veces, evidente, en las esquinas de la cabeza o en una frente que antes no estaba; y, a veces, es menos evidente, como esa calva que va naciendo en la coronilla y colonizando el resto de la cabeza. Por eso, los viajes a Turquía es, en los grupos de whatsapp de hombres, un tema más trending que los vestidos de Pedroche.

A partir de los cuarenta, puedes perder unas elecciones, una vicepresidencia, hasta una revolución, pero si te cortas la melena y sigues teniendo un pelazo, es que Jose, digo, Pablo, ya has triunfado.