Política

Cataluña vi-a-vis

Junqueras subió las escaleras del Palau de la Generalitat celebrando fuerte el gol del nacionalismo a España. Oriol se había vestido con traje y corbata. El atuendo le ofrece la contundencia de los hombres grandes cuando se visten un traje, y le viene bien pues ya nos estábamos acostumbrando a esa visión suya monacal y escolástica, casi de ir desapareciendo en una sucesión de maitines, sopicaldo y ropa de trekking para estar cómodo en el chabolo. Junqueras se había convertido en una cosa etérea casi de verso de una canción de Franco Battiato en el concierto que dio en Bagdad en el 92. Franco ha muerto, ahora sí. Junqueras se estaba esfumando, relegado al papel de musilla de la libertad de los pueblos, por eso Pere Aragonés –fast food del procés–, parecía alguien. Así que Junqueras vino con su traje de pilier de un equipo de rugby del sudoeste francés patrocinado por Galeries Lafayette, a recordarle a Aragonés que era el tercer o cuarto tipo que pasaba por allí.

A Junqueras se le pueden palpar las llagas de las manos y de los pies los sábados de cinco a seis en unos grandes almacenes de Santa Coloma de Gramanet. Oriol le concede a la ceremonia catalana una dimensión espiritual y también patibularia. El Palau queda a caballo entre un parlamento y un módulo del talego. Allí, las cosas se miden por la distancia relativa que mantienen con la trena y así pactan el gobierno un tipo desde Lledoners y un fugado en Waterloo en vías de ser extraditado. Si no te han caído quince años de cárcel, no eres nadie. Cataluña es un vis-a-vis.

Ochenta años después, Esquerra volvía a presidir la Generalitat. El futuro es Lluís Companys. A mí qué me cuentan; si 2050 es ayer. Se ven mañana liderando una republiqueta inmersiva, transversal y vegana donde en la frontera se detendrá a los cayetanos y a los picadores de toros. Quizás dentro de treinta años, Esquerra sea un partido constitucionalista. Juan Carlos Girauta ha escrito que tenemos un gran pasado por delante. El ayer nos depara magníficas sorpresas. Dicen que esta coalición va a durar dos años y les parece poco. Aragonés se someterá a una moción de confianza: ¡Será por confianza! Hace un tiempo que los gobiernos vienen con la oposición incorporada. El socio pequeño manda más que el grande. En el anterior gobierno presidía Junts pero mandaba Esquerra. Ahora funciona al revés, pues preside Esquerra, pero manda Junts. Los convergentes tendrán que enseñar la circuncisión del «unoó» tras haber pactado con un partido que consideran amigo de España.

Por ahí andaba también Illa, el del efecto. El Salvador dijo que no con la cabeza cuando Aragonés prometió que serían una república. Sánchez le ofreció a Esquerra los presupuestos, el discurso de las dos partes en conflicto, el cuento de la desjudicialización, la reforma de las penas por sedición, los indultos y una bañera de leche de burra a con la esperanza de que abandonara el unilateralismo y arrastrara al independentismo a lo razonable y sobre todo que le garantizara el poder en Moncloa. Ahí los tenemos, sosteniendo en el discurso de investidura que la voluntad del pueblo está por encima de la Ley. Sánchez indultará a los presos independentistas porque participa en la trampa territorial de España, la gran equivocación que consiste en ceder a los nacionalistas para mantener este u otros gobiernos y disfrazar el muñeco con el rollo de que concediéndoles sus peticiones, pronto dejarán de pedir. Sucede exactamente lo contrario.