Indulto

La gracia de los decretos para los indultos

Con la utilización de la gracia de los indultos, parece que el agraciado es el donatario que se beneficia de su propia gracia reforzando su propia lealtad

José Ignacio Ruiz Rodríguez

En los regímenes anteriores a los Estados liberales, la gracia formaba parte de las medidas de justicia que correspondían a la monarquía y al monarca como juez y soberano. La monarquía que no concentraba el poder en régimen de monopolio era la justicia suprema y el rey su juez. Pero la justicia, según la tipología de los expertos, podía ser de dos tipos: contenciosa, que dirimía pleitos entre partes y distributiva. Dejamos aparte la primera y nos vamos a fijar en esta última que se ocupaba de distribuir beneficios a través de las mercedes y las gracias.

El fundamento de las mercedes reales estaba en la obligación que tenía el monarca justo de premiar, al que se había hecho acreedor de ella. Por esta razón, existía la merced real, un acto de justicia para compensar el merecimiento. Se cumplía así con la justicia distributiva. Los merecimientos (méritos) en la realidad fueron muchos y variados: prestar dinero a la monarquía para la defensa, asistirla militarmente, etcétera. Son miles los casos de soldados, como Cervantes que, habiendo servido a su rey en defensa de la cristiandad, tras su cautiverio, solicita una merced real. La viuda que había perdido a su marido en la defensa de los Países Bajos, etcétera.

El caso de la gracia real era muy distinto. Una capacidad del monarca que se entronca con la tradición judeocristiana y está en la propia concepción de la monarquía considerada de origen divino, creada por la gracia de Dios. Un don gratuito que le traspasa al monarca. Esta vía de la gracia la utilizaba el monarca para repartir dones y beneficios que por su naturaleza eran gratuitos. La concesión de títulos, por ejemplo, no era extraña a estos mecanismos. Pero en la realidad, cuando el monarca concedía la gracia de un don, generaba en el agraciado una deuda de gratitud, que se traducía en lealtad. Un vínculo político de servicio al monarca. Pero, en término políticos la cosa iba más allá. Resulta que, ese vínculo, como señala un eminente historiador del Derecho, establece una relación usuraria entre el donatario y el beneficiado, consistente en que el agraciado se veía obligado a devolver más servicio que el don recibido. Así se explica el clientelismo político, que llega a nuestros días.

Esta tradición pasó a los regímenes liberales porque es un principio de antropología política. Por eso los ministerios de Justicia, estaban asociados a este mecanismo del don y se llamaban de Gracia y Justicia. Hoy la gracia ha quedado como prerrogativa del poder ejecutivo, aunque no solo. En el caso que estamos viviendo en España esta antropología política está insertada en la partidocracia que padecemos. Así se explica que el vínculo político de los diputados lo sean por la gracia de sus jefes (gratis y sin que medie merecimiento) y no por los electores, por tanto, la lealtad usuraria es para con aquellos. Así lo vemos todos los días, con alguna excepción.

Pero vayamos a lo que nos ocupa que es lo de los indultos. Con el acto de gracia del Gobierno de Sánchez cabe hacerse algunas preguntas: ¿espera el donatario que se cumpla ese principio de lealtad y de gratitud usuraria de los agraciados con este beneficio por el don recibido? La inmediata respuesta que vemos, no parece que cumpla ni con la lealtad requerida, ni que medie gratitud alguna. Por consiguiente, ¿dónde está el beneficio y el clientelismo políticos de ese mecanismo de antropología política? Lo que vemos es todo lo contrario. Cierto que la ignorancia de la que hace gala este Gobierno y sus múltiples asesores es mucha. Pero lo grave, además del uso perverso de las instituciones, de la comunicación, del lenguaje y mucho más, es que desconocen hasta los fundamentos de la política. Son como «niños jugando con dinamita».

Con la utilización de la gracia de los indultos, parece que el agraciado es el donatario que se beneficia de su propia gracia reforzando su propia lealtad. Y esto ya no es política es patología. Mientras, la centrifugación del Estado habrá dado un paso más, probablemente irreversible.