Historia

Marruecos, julio 1921: El espíritu jinete

En aquellas cargas tuvo significado comportamiento el Teniente Coronel Fernando Primo de Rivera Orbaneja, galopando siempre en primera línea

Luis Calvo - Sotelo Rodríguez - Acosta

En estos días, se cumple la efeméride, cien años han pasado desde aquellos tristes y trágicos acontecimientos de la milicia española: Las derrotas, peleadas hasta el heroísmo, de nuestro ejército en lo que ha pasado a la historia como el Desastre de Annual.

Cuanto todo aquello supuso, ha sido traído a la actualidad por diferentes medios y en estas mismas páginas, el 18 de julio, Luis Togores firmó un interesante trabajo titulado: «Comienza el ataque sobre Igueriben». Muy próximo a Annual, Igueriben era una reducida posición del ejército español que por el negativo devenir de la batalla quedó aislado, sitiado por harcas enemigas muy numerosas y mejor armadas que día y noche masacraron a los españoles sin que nunca resultara posible la llegada de los ansiados refuerzos. Y así, el fuego enemigo, la escasez de munición, la falta progresiva de víveres, de agua y de medios sanitarios, hicieron sucumbir a aquellos valientes.

Sin ser yo, ni en modo alguno pretenderlo, un gran experto en este conflicto de nuestra historia, opino que del Desastre de Annual se deducen dos básicas conclusiones: De un lado, una visión equivocada de la táctica militar ordenada desde Madrid con, también un desajustado enfoque político de la situación, y de otro, el más estricto acatamiento y cumplimiento de las órdenes recibidas por los militares que allí, sobre el terreno árido del desierto, día tras día, hora tras hora hasta la extenuación primero y hasta la muerte después, supieron atacar, retroceder, defender posiciones que, al final, se perdieron.

En la posición de Dar Drius tuvo destacada intervención el regimiento Alcantára, santo y seña del heroísmo de nuestra milicia, cuyos jinetes protegiendo los movimientos tácticos de los infantes, una y otra vez efectuaron cargas para romper las posiciones enemigas galopando bravamente sin cobertura alguna hasta el agotamiento de sus caballos, al trote después, sólo al paso más tarde, pero siempre cumpliendo las órdenes hasta el último aliento, sin que tal frase sea una simple metáfora.

En aquellas cargas tuvo significado comportamiento el Teniente Coronel Fernando Primo de Rivera Orbaneja, galopando siempre en primera línea y en un club señero de Madrid, la Real Gran Peña, en el que se respeta la historia tal y como fue, que es la manera más ajustada de respetar a España, en una de sus más destacadas dependencias un precioso bronce del valenciano Mariano Benlliure es del teniente coronel, a caballo, en actitud de galope al ataque y en la base de la escultura figura una de las dedicatorias más emotivas y completas que yo alcanzo recordar: «A Fernando Primo de Rivera, leal amigo, alegre camarada y heroico soldado».

Primo de Rivera fue de los pocos supervivientes en aquellas jornadas, si bien días después fue herido de gravedad y murió en tierras africanas como muchos de sus hombres. Su entierro en Madrid fue un gran acto solemne presidido por su S.M. el Rey Alfonso XIII y muy arropado por el pueblo de Madrid.

Desde sus tiempos de joven militar, en la academia de caballería en 1898, Primo de Rivera fue destacado jinete y profesor de equitación y desde mi aproximación a esa faceta suya surge el subtítulo de este artículo «El espíritu jinete». Para quien estas líneas suscribe, el deporte de la equitación ha sido muy significado en mi vida, como jinete, como directivo de la Federación Hípica Española, como miembro de la Federación Ecuestre Internacional y durante cerca de veinte años comentaristas en televisión española de deportes ecuestres.

Pues bien, recuerdo que cuando en la disciplina de saltos retrasmitíamos, casi siempre en riguroso directo, las pruebas de Potencia, en las que el gran protagonista era el enorme muro que a partir de la primera vuelta iba subiendo en altura cada vez más, dos metros, dos metros diez, dos metros veinte, etc., cuando el jinete con su caballo atacaba aquella mole midiendo la distancia, ajustando el ritmo del galope, al iniciar el salto su obligada determinación para salir victorioso, así lo explicaba yo a los telespectadores, era arrojar su corazón hacia arriba, superando al muro y después ir a recogerlo con su caballo al otro lado.

A Primo de Rivera, en aquellos galopes de heroísmo, sin duda le acompañó el «espíritu jinete» como también al resto de sus hombres y desde mi ensoñación quiero pensar que él arrojaría su corazón, primero hacia el más estricto cumplimiento del deber, segundo, hacia la diáfana ejemplaridad para sus hombres que le seguían y finalmente, como máximo tributo de un militar hacia su Patria, que así se lo demandaba.

Vivimos en una sociedad en la que el respeto y valoración de determinados comportamientos y actitudes, si acaso no se desprecian, casi nunca se valoran. Y esas actitudes hacen daño y van enmoheciendo el sentimiento noble de colectividad. Pienso que somos muchos, de distintas generaciones, que no queremos en modo alguno que tal suceda y desde mis modestas posibilidades, contribuyo a ello con este relato que he sometido al criterio del amable lector que me ha dedicado el tiempo de su lectura.