Opinión
Una retirada precipitada
Los talibanes siempre sentenciaron que Occidente podía tener los relojes, pero que ellos tenían el tiempo
Las pocas fuerzas militares occidentales en Afganistán evacuan urgentemente a sus ciudadanos. España ha aportado desde 2001 un contingente sustancial a la fuerza internacional, alcanzando un máximo de 27.000 soldados, con un trágico balance de cien muertos. Los atentados del 11 de septiembre contra Nueva York y Washington se llevaron a cabo por parte de Al Qaeda. El grupo terrorista se instaló en Afganistán y gozó del apoyo del gobierno talibán, que impuso una tiranía islámica e interpretación radical de la Sharia entre 1996 y 2001. Encerraba a las mujeres en los hogares y les impedía trabajar o recibir cualquier tipo de formación. Prohibió los televisores e incluso que los niños jugaran con cometas.
Después de los ataques del 11-S, EE UU exigió al gobierno talibán que entregara a la cúpula de Al Qaeda. Cuando se negó a hacerlo, la resolución 1386 del Consejo de Seguridad de la ONU autorizó una fuerza militar internacional denominada ISAF, que derrocó a los talibanes. ISAF estaba compuesta por 51 países y consiguió con un despliegue de 130.000 tropas generar un ambiente proclive a la reconstrucción y desarrollo de un país cuyo PIB per cápita es de sólo 450 dólares y adolece de una orografía muy inhóspita. La integración de colectivos marginados por los talibanes (mujeres, ONG, los perseguidos hazaras) parecía augurar un progreso real. Desgraciadamente, en muchas provincias se mantuvieron los señores de la guerra, limitando el alcance de las leyes y medidas acordadas por el gobierno afgano.
Se intento superar las rivalidades de las etnias de Afganistán (pastunes, tajikos, uzbekos, turcmenos) con un reparto de poder. A nivel nacional, ISAF y EE UU apoyaron a Hamid Karzai, un político de origen persa que representaba una figura de compromiso. La presidencia de Karzai de 2002 a 2014 fue una apuesta equivocada por alguien que reconoció haber recibido pagos mensuales durante una década. En las elecciones de 2009, su eterno rival, el Dr. Abdullah Abdullah, denunció fraude y se retiró de la segunda vuelta. En las últimas presidenciales (2019) venció el profesor Ashraf Ghani, con una dilatada trayectoria académica en universidades occidentales y organismos internacionales. Las elecciones nacionales y regionales siempre se han caracterizado por su baja participación, fraude masivo y falta de seguridad.
El gasto militar de EE UU entre 2001 y 2019 ascendió a 778.000 millones de dólares, y sus proyectos de desarrollo a 44.000 millones. El resultado es que 9,2 millones de niños (39% niñas) están escolarizados frente a los 900.000 de 2001. Cuenta con 17.903 km de carreteras asfaltadas, frente a los 80 de 2001. De un máximo de 110.000 soldados en 2011, las fuerzas de EE UU disminuyeron hasta las 2.500 de enero. Desde 2015, EE UU ha sufrido un promedio de 17 bajas mortales anuales. A medida que las últimas 8.000 tropas de la OTAN se han retirado, los talibanes han emprendido una ofensiva en todo el país. Ya han capturado las importantes ciudades de Herat, Kandahar, Lashkar Gah, Mazar-i-Sharif y cinco capitales provinciales. Los combates han provocado un cuarto de millón de refugiados. Es evidente que Occidente no puede estar eternamente en un país si las tropas y funcionarios que ha entrenado no luchan por su futuro. Pero se han mantenido contingentes muy superiores en otros países (Corea, Irak, Panamá) durante periodos mayores o menores. La salida precipitada deja a las fuerzas afganas sin cobertura aérea eficaz. Es probable que Pakistán, Irán y Rusia llenen el vacío. Al fin y al cabo, los talibanes siempre sentenciaron que Occidente podía tener los relojes, pero que ellos tenían el tiempo. Nuestros líderes deben replantearse un éxodo que beneficia a nuestros enemigos y condena a los afganos nuevamente a la tiranía talibán.
Dr. Alexandre Muns Rubiol, es profesor de la EAE Business School
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