Talibanes

Lecciones de Afganistán

También habrá que encontrar formas de no dejar en la estacada a los diferentes grupos que se oponen a ellos y que podrían a la larga sentar las bases de una futura nación afgana

Pasado el primer choque de la catastrófica salida norteamericana de Afganistán convendría que empezáramos a sacar algunas lecciones de lo ocurrido. La primera, bastante obvia pero no menos olvidada, es la referida a los choques de civilizaciones y las generalizaciones sobre el Islam. No valen para entender lo ocurrido, ni lo que va a venir. No es improbable que se inicie ahora un enfrentamiento interno, por no hablar de guerra civil, entre diversos grupos, muchos de ellos musulmanes, y guiados cada uno por objetivos que no siempre son de índole religiosa.

Tampoco resulta muy útil seguir pensando en los talibán, como antes en el ISIS y Al Qaeda, como grupos «medievales». Primero porque la Edad Media tiene poco que ver con lo que se proponen y además, porque en contra de lo que parecemos empeñados en creer no están en absoluto atrasados. En su momento, el ensayista inglés John Gray argumentó que al Qaeda era un fruto cabal de la modernidad. Luego lo demostró el ISIS y parece claro que lo harán otra vez los nuevos talibán, que controlan flujos financieros y comerciales, armamento, redes sociales y capacidad de propaganda. No nos enfrentamos al «medievo», si es que eso quiere decir algo, sino a fenómenos modernos y más de una vez ultramodernos.

La toma de Afganistán ha sido tan rápida que ha dejado la sensación de que no hay nada que hacer más allá de intentar sacar de Afganistán a quienes más amenazados están por el nuevo régimen. No es así. Si el terrorismo ha evolucionado con el tiempo, también lo han hecho las formas de respuesta. Los medios tecnológicos y la aviación permiten un control de movimientos impensable hace relativamente poco tiempo. Hay posibilidad de formar alianzas internacionales para aislar y debilitar a los talibán. Se les puede limitar la financiación que van a conseguir, sobre todo, del tráfico de opio. También habrá que encontrar formas de no dejar en la estacada a los diferentes grupos que se oponen a ellos y que podrían a la larga, aunque ahora parezca imposible, sentar las bases de una futura nación afgana.

Esto puede parecer una broma de mal gusto, ahora que ha quedado demostrado que no se pueden exportar ciertas cosas ni crear otras de la nada. Sin embargo, el fracaso de la coalición y de Estados Unidos en este punto no significa que los valores que rigen una humanidad civilizada hayan dejado de ser idénticos en todas partes. La humildad que debemos aprender –y la deberíamos aprender muy especialmente de los militares que han estado destacados allí– es precisamente la de volver a creer en nosotros mismos. Hay problemas que no tienen solución, por ejemplo el nacionalismo: una vez que ha prendido en una población, no se erradicará hasta que haya conseguido su objetivo, que es destruir la sociedad en la que se ha implantado. Eso no significa que haya que bajar los brazos. Al revés. Hay que reforzar la confianza en la tolerancia y el respeto, y dejar de seguir promocionando sistemáticamente, en particular desde las instancias oficiales, valores contrarios a la democracia liberal.