El desafío independentista
Una comedia rusa
Tiene sentido que los nacionalistas busquen la protección de Putin. Su estrategia consiste en apostar por la erosión de las naciones occidentales, alimentar los ventiladores de fake news
Habrán leído lo de Puigdemont y el espionaje ruso. En el vodevil al cobijo del Kremlin no podía faltar el pastor de 3 millones de racistas. La insurrección que lideró fue similar al asalto del Capitolio. De creer al New York Times, hubo ecos del KGB, conspiraciones frente a San Basilio y contactos con la mafia. Qué quieren. La buena salud del crimen organizado siempre coincide con la desamortización de los fueros legales y la ruina del Estado. Nuestros fallos sistémicos fueron puerta de entrada de los hampones, que suplantan la ley igual que los nacionalistas reemplazan la racionalidad por el sentimentalismo. Después de años de artículos infames sobre España, combinación letal de ignorancia, prejuicios xenófobos y flojera intelectual, después de sufrir las acometidas de un indescriptible Raphael Minder, conviene celebrar el cambio. Por lo que tiene de novedoso y porque no digan que fue un sueño. Los contactos de los líderes de la insurrección de 2017 con los fondos de caimanes rusos riman con las maniobras desplegadas por Moscú desde hace años. Pienso en los Estados Unidos de 2016. Cuando el espionaje ruso alentó una campaña de propaganda en beneficio de un pirómano, Donald Trump, mientras bregaba para alentar el desprestigio de su rival, Hillary Clinton. Tiene sentido que los nacionalistas busquen la protección de Putin. Su estrategia consiste en apostar por la erosión de las naciones occidentales, alimentar los ventiladores de fake news, multiplicar la desconfianza en sus instituciones y alentar la aparición de movimientos cesaristas y gorilas iliberales. Los nacionalistas se reconocen. Putin hizo del patrioterismo y los agravios frente a la UE, la OTAN y los EE UU su principal rotor ideológico. Todo esto coincide con la publicación en CTXT de un artículo de Pablo Iglesias, traficante de odio y correo del zar del maremoto contra el Estado de Derecho. El ex vicepresidente del Gobierno, fiel a su papel de pulgón populista, sostiene que la democracia española está amenazada por los defensores de la soberanía nacional. Pero sobre nuestro simpático aprendiz de Ernesto Giménez Caballero, premio La Lupa y muy capaz de escribir «aunque suene fuerte no es tan difícil de imaginar», mejor hablamos otro día.
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