Gastronomía

«Thetta reddast»

El argentino Carlos Horacio Giménez es el chef de Apotek, el restaurante de moda de la capital islandesa

Dejó su Buenos Aires natal tras un desamor en 2006 y terminó en Reikiavik, Islandia, a 11.000 km de su casa. Ahora, Carlos Horacio Giménez, de 39 años, es el chef de Apotek, restaurante de moda de la capital islandesa. Sólo este sábado, atendieron a 400 comensales. Giménez se ha habituado perfectamente a este remoto país glacial salpicado de volcanes activos. Ha bajado las revoluciones, su ritmo de vida ya no es tan estresante como en Suramérica. Como buen argentino, el chef ahonda en sus sentimientos. Esta expresividad se destila en su gastronomía, que le ha llevado a lo más alto, y en su modo de trabajar. «A muchos empleados les cuesta entender que hay que hablar un poco más». En cuanto a los horarios islandeses y la futura jornada de cuatro días, Giménez reconoce que los turnos son dobles, pero, «¿quién en la hostelería en España trabaja sólo ocho horas al día? Una semana trabajamos cinco días, la siguiente, sólo dos». El tono de voz varía: «Imagínate 15 días libres al mes, para vos: para disfrutar, comer bien, pensar, estar con la familia... Vas a trabajar con mucha más energía».

Además, para los que sufren de mal de amores, cabe destacar que, tras su ruptura Giménez no sólo ha triunfado en el plano profesional, también en el personal. «Se cerró una puerta, pero se abrió otra más grande». El argentino ha rehecho su vida al lado de una islandesa «maravillosa», con la que tiene dos hijos. «Me cambió hasta la forma de pensar». Han pasado casi 15 años, pero al ser de lugares culturalmente tan distintos, están como en los primeros meses. Se siguen conociendo, creciendo, lo que «nos vuelve mucho más atractivos a los dos». Para tener una idea, Giménez ni siquiera se queja del frío ni de los largos inviernos de ocho meses en esta latitud. En su opinión, la clave para superar el desamor argentino no fue «poner tierra de por medio», sino que «el tiempo lo cura todo». Es más, Giménez ha hecho suyo uno de los mantras islandeses: «Thetta reddast», algo como «al final, todo se solucionará». Y así ha sido.