Erupción volcánica

El ruido que no cesa

La culminación del ruido llega de la mano del Papa que, en esto de la exégesis histórica, no es infalible, por fortuna

Las dos acepciones de «ruido», según el Diccionario de la RAE, coinciden en señalar, como característica común, uno de sus efectos: la confusión. A poco que miremos en nuestro alrededor, advertiremos que la sociedad española acusa excesivo ruido y no pequeña confusión. A veces el estruendo, inesperado e incontrolable, aterrador incluso, proviene de la naturaleza. La erupción del volcán Cumbre Vieja nos advierte estos días, nuevamente, de nuestra pequeñez. Pero el ruido más preocupante es el causado por nosotros mismos, principalmente por los políticos, verdaderos especialistas en la materia. Compárese el tronar volcánico con el sonido de las palabras de la ministra. La noche del 18 de julio del año 64, un tal Nerón debía experimentar sensaciones parecidas ante Roma en llamas. También hacía ruido aquella tragedia, al tiempo que tocaba la cítara. Tal vez esta habilidad musical sea la diferencia entre un emperador y una ministra.

Fascinada ante el espectáculo dantesco, la responsable de Turismo, no veía más que turistas. Mientras muchos palmeños perdían no sólo sus casas, sus animales, su trabajo, su tierra, su mar, su vida. La actualidad sísmico-política, con su coro de vulcanólogos, geólogos, muchos logos más, y gentes aturdidas por el ruido, disimula la tragedia de la Isla Bonita, las ilusiones truncadas de tantos de sus habitantes y la memoria pérdida de El Paraíso. A veces nos llegan los ecos de Shakespeare, por boca de Macbeth, cuando la realidad, llena de ruido, se convierte en la historia narrada por un necio, quizá el más necio para privarla de significado. En el paisaje de lava incandescente, de humos, pavesas y rocas lanzadas por el volcán, al que se añaden las columnas de gases, más o menos tóxicos, que surgen del océano, apenas se salvan de la confusión el Rey y la Virgen de la Candelaria.

Las cosas andan complicadas y, en esto, llega Puigdemont I, «el Prófugo». El ruido aumenta de volumen y la discordancia se hizo más desagradable. ¿Quién habrá movido los hilos para llevar a escena el enésimo capítulo de El bufón en apuros? Ni siquiera la respuesta a la clásica pregunta ¿qui prodest? señalaría claramente al autor. ¿Sánchez? Podría beneficiarse, aunque aparente lo contrario. Pero, por el momento, su «flotador» presupuestario le advierte que debe controlar los aparatos del Estado. ¿Aragonés (o sea Junqueras)? Tampoco lo tiene claro, para cubrirse enfatiza su esfuerzo por culminar la independencia. Y de paso lograr que sus hijos, de momento solo tiene una, vivan en una República más justa, verde, feminista y plenamente libre –más ruido–. Acabar con la expoliación y el menosprecio del Estado –más furia–. ¿Abrirá la representación, a pesar de todo, una grieta más en las facciones independentistas o lo contrario?

¿Habrá sido acaso el protagonista del espectáculo su mismo promotor? Veremos, de momento, mucho ruido y bastante confusión. Tal vez acabe todo en un ridículo general. Ya lo es, y grande, que un sujeto como éste ponga en entredicho a un Estado como España y a una Unión Europea convertida, poco más y poco menos, en la matrona de los subsidios. Por el momento, a manera de ensayo, se rinde homenaje a otro genio como Torra. Por este camino hará falta un nuevo W. Faulkner para desentrañar las claves, no ya de la degeneración de la familia Compson, sino de la sociedad española, en otra versión ad hoc de El ruido y la furia.

El ruido sigue y ahora es el PP, mejor dicho quienes lo usufructan, con Casado y sus barones, que no barítonos, (aquí no hay baronas, que enseguida salen respondonas), decididos a ofrecernos otro concierto disparatado. A pesar de los intentos por disimularlo. Pablo I (¿o II?) «Invictus» amarrado, o amarrando, el papel de jefe de la oposición, (que debe ser algo muy importante, pero no se nota) y, sobre todo, la candidatura a presidente del gobierno, cuando toque. Ahora sus acólitos se conforman con pedirle que gane las elecciones, como si él no quisiera. La guerra se veía venir desde el día siguiente del triunfo de la señora Ayuso en Madrid. ¡Ya hemos ganado!, decían algunos, pero la cuestión era ¿y ahora qué? Por cierto ¿hay algún director de esta orquesta entre bambalinas?

La culminación del ruido llega de la mano del Papa que, en esto de la exégesis histórica, no es infalible, por fortuna. Más confusión servida por una partitura simple y reiterativa, desde su respetable pero más que discutible opinión. Maniqueísmo, con los malos y los buenos, recortados como muñecos de cartón. Al fondo una nostalgia incomprensible y confusa. El buenismo sonando a hueco. Aquella América que reza a Jesucristo y habla en español, como definía Bolívar al mundo hispanoamericano, se habría erigido sobre los pecados de los que llevaron allí la palabra de Dios y la fe católica. A través de esa lectura pontificia será imposible la comprensión de aquella historia en la que, con sus luces y sus sombras, los españoles terminaron con el canibalismo y las prácticas genocidas de las etnias dominantes en aquel Edén. El ruido y la confusión, al encubrir la realidad, con mejor o peor intención, acaban generando alguna furia aunque no siempre se dirija a quien la provoca.

Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España