Historia

Lepanto y la Alianza de Civilizaciones

Es necesario conocer las raíces que alimentan y conforman tanto la respectiva identidad personal, como la familiar y la nacional, para saber de dónde venimos, quiénes somos y, en última instancia, con la razón iluminada por la fe, discernir cuál es el sentido de nuestra existencia, personal y colectiva. Esta reflexión es previa al recuerdo de la jornada de ayer 7 de octubre y 450 aniversario de Lepanto, una batalla y victoria tan histórica que, sin ella, Europa –la otrora Cristiandad desde aquella fecha de 1571– hubiese formado parte del Imperio Otomano. Es un signo de los decadentes tiempos que vivimos que esa jornada haya pasado prácticamente inadvertida tanto a nivel político como eclesial. En lo político, porque fue España quien aportó el peso más grande de aquella flota combinada de la gran alianza cruzada que se enfrentó a la flota otomana, la mayor que habían surcado los mares hasta aquel día en la embocadura del golfo de Lepanto. El Mediterráneo iba camino de convertirse en un lago bajo el dominio de Mohamed II que, de haber obtenido la victoria allí, hubiera sido imbatible también en la tierra del continente cristiano.

En definitiva, Felipe II acogió la súplica de san Pío V con toda convicción, tanto política como religiosa, consciente del peligro que amenazaba a España y al continente europeo. Es un baldón para su historia que Francisco I Rey de Francia, fuera cómplice y aliado del emperador otomano en todo ese tiempo, hasta que sus propios súbditos y la derrota de Lepanto inclinaron la suerte de nuestro lado. Para la Europa cristiana, era tan escandalosa la alianza de Francisco I con los otomanos desde Soliman el Magnífico, que hasta los protestantes habían declarado en la Dieta de Spira que Francisco I «era tan enemigo de la Cristiandad como los turcos». Por ello, si es lamentable el clamoroso silencio político, no lo es menos –salvo alguna honrosa excepción– el eclesial, ya que fue el Papa hoy san Pío V el que el 25 de mayo de 1571 declaró la Santa Alianza como Cruzada, a la que respondió España, como recordamos, y Génova y Venecia muy especialmente, junto a la práctica toda la actual Italia. La victoria convirtió a D. Juan de Austria en el gran héroe de la Cristiandad, y la Iglesia recuerda la fecha vigente hasta hoy como la de Nuestra Señora del Rosario, atribuyendo a Ella aquella decisiva victoria. En la Catedral de Barcelona se venera el Cristo de Lepanto que presidió la «Real», el buque insignia de la flota de D. Juan de Austria, y en el Museo Marítimo de la Ciudad Condal, una espléndida maqueta suya.

Hay silencios clamorosos y dolorosos que se pagan. Quizás sea la Alianza de Civilizaciones la que lleve penosamente a algunos demasiado «correctos» en sus tibias convicciones, a considerar que la Victoria de Lepanto es «incorrecta» en estos tiempos actuales de apostasía y de dictadura del relativismo. De haber actuado así hace 450 años, ya seríamos un continente musulmán. Camino vamos de ello.