Cataluña

Casadismo para Cataluña

El sanchismo abre una posibilidad al PP de recuperar terreno

Una de las asignaturas pendientes del PP de Pablo Casado es Cataluña. Un partido con vocación nacional y europea, con una identidad en España y ante las instituciones de la Unión, debe tener un planteamiento sólido sobre esa región, pero también una fuerza allí. De otra manera, con ideas pero sin escaños, el argumento carece de autoridad. Es decir, que cuando se dice que se llevará a Puigdemont frente al Tribunal Supremo debe parecer el deseo de una parte importante de Cataluña, no de un partido que en ese territorio no tiene representación significativa.

En diez años, el PP ha pasado en el Parlamento catalán de tercera fuerza a última. Este es el resultado de errores personales y estratégicos que no se han rectificado. La situación, sin embargo, ofrece ahora una oportunidad de resurrección de los populares.

Los mejores resultados del PP en Cataluña fueron cuando gobernaba en España el PSOE. Vidal Quadras, en 1995, y Alicia Sánchez Camacho, en 2011, supieron canalizar en Cataluña el rechazo al felipismo y al zapaterismo que había en el resto de España. Lo contrario, cuando se ha exhibido una actitud sumisa y complaciente, incluso timorata, el PP ha caído estrepitosamente, como en febrero de 2021. Es una cuestión de utilidad. Un partido de gobierno debe ser y parecer útil a los electores.

Ese protagonismo instrumental lo tuvo Ciudadanos en 2017. El partido de Arrimadas consiguió reunir a todos los que se enfrentaban al nacionalismo. Encontraron en esa opción a alguien que daba la cara por ellos en las calles y en las instituciones, que se plantaba frente al totalitarismo nacionalista. Tras el éxito de la noche electoral, Arrimadas decidió quitarse de enmedio, y todo se fue al traste. La impresión en el elector no nacionalista fue que era inútil votar a Cs, y en 2021 perdió el 90% de los votos.

No hace falta, por tanto, ocupar el lugar de Vox en Cataluña para resucitar en esa región. La fórmula del PP ha de ser doble: representar el antisanchismo y el constitucionalismo militante. No hay que permitir que se olvide que el PSOE ha asumido el lenguaje independentista y ha aceptado montar una «mesa bilateral» con los golpistas, legitimando así sus reclamaciones rupturistas. Menos aún cuando Zapatero ha anunciado que Sánchez está preparando el perdón a Puigdemont para negociar el futuro de Cataluña y de España.

Tampoco es buen negocio para el PP girar al catalanismo, porque el regionalismo está hoy tan contaminado que exhibe una vertiente chovinista y victimista indistinguible del nacionalismo. Fuera de la idea de que Cataluña es España no hay más que ruina para el PP. La pretensión de recoger el voto que en su día fue de Unión Democrática de Cataluña, aquel grupúsculo de DuranLleida, lleva al desastre.

Falta de garantías

El problema de Cataluña no es hoy un mayor o menor regionalismo, sino la falta de garantías para el ejercicio de los derechos individuales. Si el PP quiere pintar algo en esa región tendrá que priorizar la defensa de la seguridad jurídica, la libre manifestación de las personas, y combatir el uso partidista de la administración y de los recursos públicos.

Lo hemos visto en Barcelona esta semana con el ataque independentista a los estudiantes de S’Ha Acabat, permitido por las autoridades universitarias. O con la elaboración de una lista de profesores que dan sus clases en español y no en catalán en ejercicio de su libertad de cátedra, y de su derecho constitucional a usar dicho idioma. Esta persecución es totalitaria, y es ahí donde el PP tiene que estar, en la defensa de la libertad con presencia en la calle y propuestas gubernamentales para garantizar la Constitución en todos los rincones de España.

El sanchismo abre una posibilidad al PP de recuperar terreno en Cataluña como abanderado de la libertad y de la rebelión cívica contra el totalitarismo nacionalista. Ya lo hizo Cs en 2017. No es imposible.