Moneda

Falla y la cotización de la peseta

Casi nadie intentaba dejar de enlazar que una crisis económica era fruto de la caída de la cotización de nuestra moneda

Precisamente, el próximo 24 de noviembre harán exactamente sesenta años desde que se escuchara, en Barcelona, el estreno de una obra extraordinaria de Falla y Halffter, La Atlántida, basada en un texto de Verdaguer, que pocos días después sería aplaudida calurosamente en la Scala de Milán. Había muerto ya en 1946, en Alta Gracia, en Argentina. ¿A qué se debía esa ausencia y ese retraso? Pues a la permanencia, en el mundo de los políticos españoles, de las ideas acerca de lo que suponía, para la vida económica y la política de España, la cotización de la peseta. Casi nadie intentaba dejar de enlazar que una crisis económica era fruto de la caída de la cotización de nuestra moneda. Idea que se consolidó de tal modo que, como ministro de Hacienda, José Calvo Sotelo, encargó al economista que tenía entonces un mayor prestigio dentro de España, Flores de Lemus, para que dirigiese una Comisión que generó el famoso dictamen «para el estudio de la implantación del patrón de oro». En su artículo Cambios y precios, Flores de Lemus respaldó la postura del Ministro.

Nada importó, para eliminar esa idea, que en 1930 llegase a Madrid Keynes, acompañado de aquella guapísima y gran bailarina de Ballet Ruso, Lydia Lopokova. Keynes, en sus conversaciones con Olariaga, señaló que debía abandonarse la idea de subir la cotización de la peseta, porque lo favorable, en medio de la depresión de 1930, era la devaluación. Cuando se publicó esta conversación en El Sol, el Conde de Romanones subrayó que: «Ya tenemos aquí a otro Drake que viene a robar nuestro oro».

Esta tesis de Romanones se mantuvo en el ambiente y llegó hasta la Guerra Civil. Por eso, cuando en Burgos José Larraz se ocupó de poner orden financiero en la España Nacional, una de las medidas que tomó, fue procurar que tuviese una alta cotización la llamada «peseta Nacional», no sólo en relación con otras monedas, sino, sobre todo, procurando el hundimiento de la «peseta de la República», lo que provocó problemas notables en la España republicana, concretamente, para adquirir material de guerra. Y Larraz, a partir de 1939, como Ministro de Hacienda, pasó también a defender la cotización de la peseta. Al indagar este problema en el Archivo Histórico Nacional y en el Diario de Larraz que existe en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, contemplé una carta que, desde Buenos Aires, enviaba Falla, señalando que estaba dispuesto a mandar a España una alta cantidad de los fondos que había logrado en sus estancias americanas y, sobre todo, de lo que recibía gracias a sus obras musicales –conciertos, discos, emisiones múltiples–; pero que, con la cotización respecto al dólar fijada oficialmente para la peseta, significaba aceptar para él, el pasar de un bienestar lógico, a una situación miserable y, por eso, solicitaba que el tipo de cambio que se le aplicase por sus remesas fuese el que le constaba que existía muy homogéneo en el mercado mundial de la peseta. Encontré, entre estos documentos, una nota de Larraz para quizá enviarla a Falla, señalando que eso de darle un privilegio, de ninguna manera se debía consentir. La base que Larraz citaba, en relación con esto, era que «todo buen español debía aceptar la ley de España». El resultado fue que, irritado Falla, no volvió a pisar el suelo español y que sólo a su muerte, regresó su cadáver. Alguien me indicó que Falla siempre había tenido actitudes que podrían llamarse empresariales, en relación con su extraordinaria y magnífica producción artística. Debo añadir que nunca se comunicó su cese como Presidente del Instituto de España. Sólo en 1942, se designó para la presidencia, al entonces Obispo de Madrid-Alcalá. El retrato de Falla permanece en el conjunto de presidentes existentes en ese Instituto.

Todo este panorama cambió, radicalmente, como consecuencia de los planteamientos de un gran economista español, ministro de Comercio, Ullastres, y un gran economista internacional, Per Jacobsson, quien, avalando a Ullastres, con el apoyo del Fondo Monetario Internacional, logró que el dólar pasase a equivaler 60 pesetas –en una visita a Franco, que nos relató Jacobsson, a un grupo de jóvenes economistas españoles–. A partir de ahí, ningún artista español, actuando en el extranjero, se movió, desde el punto de vista artístico y político. Habíamos aprendido, con dureza, que mantener como básica una alta cotización de la peseta, era lo adecuado. Si hubiera vivido hoy estoy seguro que le hubiera dedicado alguna de sus obras a Ullastres y si se le hubiera informado del papel de Jacobsson, también a éste.

Juan Velarde Fuertes es economista y catedrático