Inflación
El mal de la inflación sólo se cura con mucho dolor
La inflación siempre acaba en desastre y solo se erradica con tiempo y sacrificio
Pedro Sánchez y Pablo Casado, enredados en sus líos, en un caso de nombre Yolanda, en el otro Isabel, no parecen preocupados por la escalada de la inflación, que ya campa por el 5,4% y es una amenaza real. Ahora mismo, nadie garantiza que sea algo pasajero como auguraban muchos expertos y los bancos centrales, incluido el BCE de Chistine Lagarde, que todavía mantiene una calma que para algunos es excesiva, aunque admite que «hay inquietudes sobre cuanto durará». «La subida de los precios, que podría ser temporal, también corre el peligro de convertirse en permanente», escribía la semana pasada el analista Martin Wolf en el Financial Times.
La huelga del metal en Cádiz –episodios violentos incluidos–, la manifestación anunciada de policías y Guardias Civiles, el paro convocado en el transporte y las movilizaciones agrarias son solo los primeros efectos más notorios del alza de la inflación. La resolución de esos conflictos, si se saldan con aumentos notorios de salarios y precios, puede desembocar en lo que se denomina una inflación «de segunda vuelta», que podría enquistar el problema. No hay que olvidar que cuando el fantasma –genio– de la inflación sale de la lámpara es muy complicado volver a encerrarlo dentro y las consecuencias son más paro y desigualdad y empobrecimiento para los más desfavorecidos de la sociedad.
La inflación crea la ilusión –hasta un punto cierta– de que las deudas se diluyen por el efecto monetario. Perjudicaría al ahorro y beneficiaría a los deudores. Por eso, la historia está repleta de Gobiernos que han cebado la inflación para reducir sus deudas. También es una receta clásica del leninismo para destruir el capitalismo, como ya explicó Keynes en 1919. Sin embargo, la inflación siempre acaba en desastre y solo se erradica con tiempo y sacrificio. Rafael Termes, banquero de la Transición, repetía hasta el aburrimiento que «la inflación es un mal absoluto» que, como apostilla el economista Juan Ramón Rallo, «sólo se cura con mucho dolor». La espiral alza de salarios–precios es diabólica. Los mayores salarios unidos a precios más altos perjudican a todos, no mejoran la situación de nadie y ceban la bomba. El asunto, no obstante, no es evidente y no se le puede hablar a un trabajador del metal de Cádiz de las bondades de la contención salarial, sobre todo cuando ni el Gobierno ni la oposición están dispuestos a enarbolar ahora una bandera tan antipática como necesaria. Luego, el remedio es peor y más doloroso que la enfermedad. El que avisa no es traidor.
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