El desafío independentista
Chupan, chupan y vuelven a chupar
La protección de la infancia, los derechos de los ciudadanos, la reivindicación del bien común, la libertad de claustro, no puede sobrevivir en el imaginario de los Odón Elorza de guardia
Mientras en el Congreso todavía hierven las repugnantes palabras de un Odón Elorza en el papel de esforzado Bolsonaro, en Barcelona, en el claustro de la UAB, S’ha Acabat! intentó reunir a los estudiantes para hablar en libertad. Fueron recibidos entre botes de humo y pedradas. Menos mal que esta vez los antidisturbios no asistieron al espectáculo tocándose las narices y que, luego de la enésima provocación, intervinieron para atajar los ataques del supremacismo estelado. Sea como sea hablar hoy en Cataluña diciendo lo que quieras incluso si contraviene los evangelios identitarios, es ya un imposible. La comunidad vive al margen de la ley y la única garantía para lograr que las autoridades respeten tus derechos pasa por la movilización social y el combate callejero. Hablamos de un territorio sometido al yugo supremacista. Sus autoridades políticas, de inclinaciones golpistas, y sus élites empresariales, de una cobardía que se estudiará en los manuales de Historia, de una miseria moral propia de usureros, consideran como propio el territorio, ciudadanos (¿súbditos?) incluidos. Frente a la Constitución y las sentencias del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, allí las autoridades han depurado de la escuela el idioma común, la lengua materna mayoritaria de la mayoría de las personas que viven en Cataluña, concretamente del 55% de sus habitantes, frente al 32% que tendría el catalán. Cosa curiosa, bueno, no tanto, los únicos ámbitos donde el castellano no es la lengua materna de la mayoría son los cotos donde pastan las élites. Pongamos, un suponer, el parlamento de Cataluña. Ahí sí, caramba, la lengua mayoritaria es, sigue y seguirá siendo el catalán. Cuando los partidarios de la cohesión lingüística, cuando, por ejemplo unas CCOO indignas de su historia y sus siglas, denuncian que la escuela bilingüe atentaría contra la identidad de Cataluña, ¿A qué identidad apelan, de qué identidad hablan? ¿De las de los percentiles con rentas más altas, de esa burguesía eternamente mimada, primero con el franquismo y después con la democracia, de los nostálgicos de una supuesta Cataluña normalizada, o sea, ajena al aluvión de inmigrantes del resto de España? ¿Qué hacemos entonces con la identidad de la mayoría de los catalanes, cuyos hijos no pueden estudiar en su lengua materna? No es casualidad que Naciones Unidas considere como un derecho fundamental de la infancia estudiar en la lengua materna, así sea un mínimo suficiente de asignaturas, ni parece descabellado afirmar que los niños castellanohablantes, generalmente menos favorecidos, obtienen peores resultados académicos… de hecho su tasa de fracaso escolar dobla la de los niños con el catalán como lengua materna. Pero todo esto, la protección de la infancia, los derechos de los ciudadanos, la reivindicación del bien común, la libertad de claustro, no puede sobrevivir en el imaginario de los Odón Elorza de guardia. Caraduras profesionales, que han hecho de la lucha contra una ultraderecha imaginaria el eje de sus ficciones mientras en la vida real chupan, chupan y vuelven a chupar del sable de los xenófobos con chequera. Generosos con el de arriba y duros con los de abajo, su violencia dialéctica no puede distraernos de su impostura. A base de aspavientos quisieran camuflar su indecoroso kamasutra con quienes pagan y otorgan.
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