Opinión

El final de la Modernidad

Vivimos un tiempo denominado como Postmodernidad, caracterizado por una sociedad intensamente materialista, individualista y egoísta. Decepcionado, el hombre –varón y mujer– reconoce la necesidad de volver a Dios pero al margen de las religiones «convencionales»; lo cual, lejos de cubrir su vacío existencial, lo agudiza. En esta sociedad el relativismo se impone como una dictadura en la que no existe la verdad objetiva, sino una subjetiva: la que cada persona siente, percibe o considera como tal.

Se acepta que el momento en que se produjo la falla histórica entre la previa Modernidad en la que el mundo ilustrado tantas esperanzas había depositado y el actual tiempo, comenzó a partir de 1945 tras la Segunda Guerra Mundial, cobrando forma propia después de 1960 en Francia. Filósofos como Sartre, Foucault y Simone de Beauvoir entre otros, consideraron ya agotadas las ideas surgidas de la Modernidad y la Ilustración, y crearon la atmósfera intelectual para que emergiera la filosofía postmoderna huyendo de toda objetivación.

Hay un hecho concreto que se considerará como el que definió los protagonistas, la fecha y hasta el lugar en el que se expidió el certificado oficial de defunción de la Modernidad: Venecia, 17 de noviembre de 1977. Los intelectuales europeos celebran su reunión bianual para poner al día su ideología. Preside el encuentro Louis Althusser, marxista como la mayoría de los allí convocados. Para sorpresa general, los más de 200 asistentes concluyen su asamblea con un documento que declara conclusa la Modernidad, y afirman que la Filosofía de las Luces no ha hecho realidad sus promesas. Aunque mantienen su fe en la Razón, aseguran que la interpretación práctica que de ella han hecho la Ilustración y los movimientos surgidos de la misma, no ha satisfecho las esperanzas alimentadas para la liberación de las mentes y los pueblos. La Modernidad ha fracasado en el núcleo esencial de su proyecto.

Dos años después, Althusser irá a Roma a verse con el Papa recién electo, Juan Pablo II. El encuentro no se pudo materializar por la oposición del Gobierno de Francia al considerar que la recepción por el Santo Padre de tan eminente marxista, podría favorecer al Partido Comunista en unas ya muy próximas elecciones. Poco después Althusser le contaría a Jean Guitton –entonces el más prestigioso pensador católico de Francia– el mensaje que le quería transmitir al Papa: «Lo que usted representa es la única fuerza de salvación posible para la sociedad humana».

La traumática experiencia de Althusser durante su encierro en un campo de concentración nazi en la Segunda Guerra Mundial, influirá en su pensamiento y en su inestabilidad mental posterior, muriendo sólo en un geriátrico parisino.